GANÓ O PERDIÓ
La mañana se hizo corta. Cuando se abrieron
las puertas de la tienda "No hay como Dios", como por arte de magia,
ubicada en el entorno del pueblo, atravesado por un arroyo que se desbordaba,
formando dos bloques en la población, los de abajo y los de arriba y viceversa;
así lo dijeron los dioses, el Consejo de Ancianos, que por muchas razones y otras
le llaman Arroyo de Piedra. Allí estaba situada la tienda, enmarcada en sus
puntos cardinales, por la antigua carretera vieja del poblado, el campo de fútbol, la iglesia, a sus espaldas la cueva de la Mohana y por los pájaros que
con sus cantos lanzan su saludo desde la distancia. Todo transcurría como
si el reloj anunciara algo; cuando de pronto se asomó un niño en la
tienda, entró y con cierto sigilo, se paralizó, miró de un lado a otro, luego
guardo silencio; vestía una camisa descolorida, un pantalón entre largo y
corto; tenía entre su manos una figura blanca, la colocó sobre el mostrador
untado de migajas de azúcar, quien saboreaba sus dedos hasta chupárselos; transmitía
una exquisita ganas de comer; los segundos corrían sin rumbo fijo, no aparecía
nadie, cuando gritó: "me lo compran o me lo llevo". En ese instante
se asomó la tendera, la Niña Pita, diciéndole “qué buscas”, el chiquillo, sin
respirar, dijo, “no más, que me compren este huevo por café y panela”. El huevo
eran tan pequeño, que no compensaba con el valor de la compra; sin embargo, lo
vendió.
El tiempo continuó volando, cuando el diminuto huevo
fue colocado a la ponedora; era tanto el calor que destilaba ésta
que el avicultor al situarlo, se quemó la mano. Los días siguieron
su rumbo; cuando nacieron los polluelos, caminaban en fila india, ahí
estaba el más pequeño de todos, era fino, a quien mas tarde el hijo mayor de la
Niña Pita, Davinzo, quien decía ser su dueño, lo bautizó “Cenizo” por su
plumaje de especial belleza, con tonos distintos, con plumas combinadas,
entre oscuras, acaneladas, grises y blancas.
Cenizo se agrandó con celeridad, su peso
aproximado era de dos kilos y medio, solía degustar, comer granos de guandú,
frijol, garbanzo, arroz, maíz y millo, que sustraía con su hábil pico ante la
desprevenida tendera. Se desarrolló más de la cuenta en el inimaginado
tiempo, se alargaron sus plumas, el pico le creció el doble, sus pasos eran
agigantados, su vuelo acariciaba el viento, como pretendiendo alcanzar el
cielo, era diferente entre los diferentes. Ya era otro y empezaba a reinar
entre todos y todas; su canto agigantado hacia temblar a el gallo basto rojizo,
quien se apartaba del gallinero, vivía acongojado, con miedo, por haber perdido
su reino, ante el nuevo rey del gallinero. Se volvió familiar, caminaba de un
lado a otro en medio del patio y la cocina, asomaba su pico entre el cercado de
los vecinos, las gallinas cuando lo veían se echaban, otras se privaban,
formando una danza, dejando de cacarear.
Cenizo vivía en un ambiente seco,
perfumado, surcado por árboles de matarratón, totumo, ciruelo, como si jugara
con ellos, también lo hacía con los rayos del sol; al amanecer, con su
intrepidez picaba las ollas y los calderos que no tenían sitio fijo. Cenizo se convirtió
en el despertador "de la mano de Dios", cantaba largo y tendido, se
escuchaba en toda la vecindad, la gente sabía que su canto era el anuncio de
una nueva jornada, lo repetía una y otra vez. Cuentan que caminaba entre
patos, pavos, gallinas y marranos; lo hacía circularmente; con su
presencia surgía un silencio eterno entre todas las especies, era siempre el último
en comer, dormir en su troja, pero el primero en levantarse.
Todo se enmudecía cuando aparecía Cenizo, su
figura era familiar, volaba de un lado a otro, por la hornilla, en la mesa de
comer; caminaba saltando ante el vuelo de las mariposas, libélulas y grillos
que departían en un jardín lleno de flores, dándole un aire coloquial a los
ojos de los curiosos, que no se cansaban de observar. Ese era Cenizo,
quien se hizo popular con su esplendoroso aleteo, saludaba al perro, al
gato y a todo el que le se atravesara, era asediado, visitado sin previa consulta,
sin anuncio alguno, por niños, adultos, hombres y mujeres, quienes
quedaban aterrados cuando lo observaban desde lejos. Después del espectáculo
del histriónico gallo, de todos los días, los fans de Cenizo se quedaban
haciendo diversos y sendos comentarios. Durante el día y la noche, los
clientes al llegar a la tienda, preguntaban primero por Cenizo antes de
cualquier cosa, su distracción era tan profunda, que olvidaban muchas
veces los productos de su listado mental, que contenía su compra. El
rumor corría a lo largo y ancho del pueblo, se había convertido en la noticia,
entre grandes y chicos.
Un día cualquiera untado por el insolente sol que
hacia brillar las calles pedregadas, apareció una camioneta cerrada que distribuía
el famoso “Café Universal”, que intercambiaba juguetes y artículos de
cocina por centenares bolsas de café de sus consumidores; él vehículo era
conducido por un señor de prominente panza, de apellido Arteta, quien al llegar
a la tienda, al abrir su vehículo traía un gallo indio fino, que se movía por
las rendijas de la puerta trasera; éste fue alcanzado por el inquieto
Cenizo, que corría por todo su liberado territorio, saliendo a la calle, saltando
y volando en señal de pelea; el ayudante del vehículo bajó el gallo indio y lo
topó, saliendo Cenizo airoso, no dejaron de faltar las voces curiosas, que
dijeron: "Ese gallo esta pá pelea".
El día se volvió noche, la tienda, se alumbraba
con lámparas de gasolina marca Coleman, que le daban un aire diferencial al negocio
de la Niña Pita. Lo curioso es que antes de cerrar la tienda se presentó un
hombre con camisa blanca guayabera, cuyo nombre era un día después del sábado,
quien resultó ser gallero y compadre de la Niña Pita, a la que no tardo en
decirle: “Comadre, mañana a primera hora me tiene aquí, yo le cuido el
gallo". Todo empezó a cambiar, aún el ambiente familiar, uno que otros de
sus hijos al enterarse de la posible partida de Cenizo dijo "cómo
así". Cenizo no dejaba de cantar sin haber soñado que le diría adiós al
gallinero. Al llegar la tarde el gallero se presentó con su acostumbrada camisa
guayabera, se hacia acompañar de un sombrero entre riano y voltiao, con él que
abanicaba la brisa ante la intensa ola de calor. El gallero insistió una y otra
vez ante la comadre, que le diera el gallo, para entrenárselo y hacerlo un
gallo de pelea. En la Niña Pita se asomaba una ligera desconfianza y sin
volverlo a pensar dos veces, le dijo: "Todo el mundo tiene que ver con
Cenizo, los muchachos están amañados con él, lléveselo, compadre". Así
fue, el gallero tomó el gallo en sus manos y con acento enérgico expresó:
"está pesado, tengo que hacerlo bajar, tiene que quemar calorías para que
tenga fuerza, coja velocidad, fortalezca sus músculos y levante las patas hasta
golpear al enemigo; ahora yo sabré con que gallo tiene que pelear Cenizo,
ya verá, comadre".
Eran pocos los minutos que habían de la tienda al
voladero donde permanecía Cenizo, quien estaba amarrado y motilado con un
nuevo estilo, era raro verlo así, metido en ese nuevo mundo; allí era
visitado por los nostálgicos y adoloridos hijos de la Niña Pita, quienes se
turnaban durante el día, no faltó alguno de ellos que dijera: "Como esta
de flaco Cenizo", éste lo decía por su desconocimiento del arte y de la cría
de gallos de pelea, cuando en el fondo era la reducción de sus plumas. Cenizo
entraba en la etapa del cuido, empezaba a hacer vuelos largos y cortos, hacia amagues
cuando lo topaban con otro gallo, era entrenado con toda la precaución del
mundo, le colocaban bota para no herir a su oponente, demostrando su calidad.
Tenía una cola regular que le permitía equilibrarse para hacer sus
voladas, estaba alimentado con maíz y avena. Gradualmente se iba
cocinando la posible pelea de Cenizo, vivía la etapa definitiva de su proceso físico
de preparación; ya Cenizo le pertenecía al gallero, a quien sólo se le veía
cruzar las calles en el pedregado pueblo; con su acostumbrada camisa blanca, partía
los fines de semana a pelear gallos en el Club Gallístico “El pico de oro”
de Barranquilla, o en pueblos circunvecinos.
Un día cualquiera mandado por el viento en horas
de la mañana se presentó un niño físicamente delgado a donde la Niña Pita, tocó
la puerta del frente de la tienda y con voz entrecortada preguntó: "¿Está
madrina?"; ella le contestó: “¿qué te trae por aquí ahijado?"; contestó:
“mi papá que el gallo pelea este sábado, qué si no va a apostar”. La noticia sorprendió
a todos y extraños. Los clientes al llegar a la tienda ya estaban informados de
semejante acontecimiento, se regó como pólvora en gallinazo y la gente
comentaba: "Cenizo el de la Niña Pita va a pelear en el Club Gallístico,
en La Arenosa". La tendera no lo pensó dos veces, cuando tomo el cajón del
mostrador, lo abrió, el cual lo mantenía con llave, sacó doscientos pesos y se
los entregó a su ahijado.
Juancho quien se peleaba por los gallos y sobrino
de la tendera se acercó a su casa y le dijo: "Tía yo voy a estar al
pie de Cenizo, voy pá Barranquilla". Así transcurrió la semana y apareció
el sábado, cuando el gallero de la guayabera llevaba su gallo en su caponera,
vertiginosamente se cerró la tarde; al llegar la noche se presentó el ahijado
con una olla y medio gallo, todos quedaron atónitos y silenciosos con ganas de
llorar; luego, vino la calma y se escuchó una voz que salió del cuarto: "¿Y
quién se va a comer ese gallo?". Se reposó el tiempo y se escuchó
otra voz que exclamo: "Miren, vean, si esas no son las plumas de Cenizo".
La Niña Pita en su confusión dijo: "Carajo, yo no creo que mi compadre le
falte al compadrazgo"; mandó a buscar a Juancho, su sobrino, éste llegó
airado y alegre sin saludar, manifestó: "Tía el gallo ganó"; “cómo
puede ser”, se escucharon las voces, “vayan donde mi compadre y pregúntenle que
pasó”; Juancho recalco: “Tía, si tomamos el mismo bus, yo me gané trescientos pesos
y vi cuando el gallero cogió un trago de ron en la boca y se lo echó en la cara
a Cenizo, los gallos salieron a la gallera y eso fue en un dos por tres y
el gallo javao cayó”. Fue entonces cuando la Niña Pita le dijo a Davinzo: “ve
donde mi compadre y dile que según Juancho, Cenizo ganó”. La partida no se hizo
esperar y al preguntarle al gallero de la guayabera blanca sobre lo narrado por
Juancho, contestó: "Juancho cuando llego no hizo otra cosa que tomar
y tomar, cuando empezó la pelea, ya estaba borracho, pero bien borracho”. Fue así
como Cenizo ganó o perdió. Su canto no se borra, deambula en la gallera que lo
vio ganar.
Hugo Castillo Mesino
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