EL PUEBLO AL REVÉS
Por Hugo Castillo Mesino
Comentan que después de la Guerra de los Mil Días salió de
una tumba, Lucrecio, quien caminaba por las calles en medio de la noche en las
arenas movedizas del Pueblo al Revés; siempre vestía de blanco donde los
parroquianos no lograban verlo por su naturaleza invisible, llevaba sobre su pecho un aviso que decía: “Soy
de aquí, pero vengo del otro mundo“, quien cantaba a todo pulmón, su timbre de voz
ensordecía a quienes deambulaban en las noches tenebrosas cuando solo se
escuchaba él. Su amada Lucrecia vestía de negro, al no verlo en su nicho se
levantó y salió en su búsqueda, mientras él en la esquina lloraba de nostalgia
al ver al Pueblo al Revés; al llegar la tomó en sus manos y le dijo estoy
contigo: “Ni la muerte podrá separarnos”. Lucrecia solo reía y cayó en llanto;
al ver Lucrecio su tristeza la invitó a caminar por las avenidas y confines del
pueblo, se miraron a los ojos el uno al otro y en coro sin ponerse de acuerdo
exclamaron: “Vamos a donde jugábamos cuando niños. Empecemos por la gallina
ciega; Lucrecia prefirió silenciar y de pronto dijo: “Y donde está la sandía,
busquémosla”. Partieron para el rosal, al llegar encontraron un desierto de desesperanza;
Lucrecio saco de sus adentros sus atributos poéticos y con una rama seca
escribió sobre el suelo: “Viejos tiempos que nos hacen resucitar”.
Cansados, tomaron partida en la oscuridad del amor, se
sentaron y erguidos sobre el suelo, llegaron a aquel manantial cristalino de
aguas saboreadas y saciaron la sed, se miraron fijamente y volvieron a
preguntarse: “¿Qué tal si nos damos un beso como ayer y luego continuamos?”.
Así ocurrió. Las horas se detenían la noche seguía siendo noche, el camino se
abrió, prefirieron jugar al escondido; Lucrecio en medio de enfados y risas
manifestó: “Me parece que ese juego esta rayado desde que vivimos en la tumba”.
Entonces jugaron al carnaval disfrazándose Lucrecia de la “Llorona loca” y
Lucrecio “Del hombre del otro mundo”; deambularon por el Pueblo al Revés empapados
de sudor frío sin que nadie se percatara de la noche de color y olor fúnebre.
Llegaron a la mejor esquina, tocaron la puerta y entregaron
una cantidad de monedas que tenían impresas las efigies de los fundadores del Pueblo;
luego surgió un misterio y le entregó una botella de Ron Tres esquinas que bebieron
hasta quedarse dormidos. Al despertarse su enemigo era el día. La vecindad se
informaría de su regreso de nuevo al mundo; de prisa partieron por la avenida
principal rumbo al cementerio, haciendo zigzag de la borrachera, se internaron
en la hornacina que los vio morir y al estar cada uno en su nicho no dejaron de
beber agua, que disipaba el guayabo doble de los infinitos enamorados.
Al día siguiente mientras la noche dormía, se levantaron y
empezaron a revivir los recuerdos del Pueblo al Revés, visitaron la cancha de
futbol convertida en un playón de gloria y suspiro de acuerdo al marcador de
los equipos, donde Lucrecia era la madrina del equipo Campeón y Lucrecio había
obtenido el balón de cuero con unos guayos número cincuenta; se sentaron sobre
las gradas, de inmediato se abrazaron, festejaron y cantaron los goles, mentaban
madres cuando el equipo contrario atacaba. En el espectáculo de mutismo y quietud entonaron el Coro del Himno
del Pueblo al Revés, con sus voces de
musa, no se cansaban de repetir: “Oh! Pueblo de riquezas, hombres, mujeres,
eres mi gloria, mi comienzo y mi fin”. Partieron de prisa y sin dejar ni una
molécula de recuerdo. Lucrecia se acordó de las primeras lecciones que había
recibido en la “Escuela de su Santa Devoción”; entraron por el portón trasero
en un silencio sepulcral, dieron los buenos días que nadie contestó, se
sentaron, Lucrecio observaba los movimientos de su amada, se mantenía entretenida
al ver pasar la lista de su profesora Susana, que cargaba sobre su mano la
chancleta y la regla en madera ante el incumplimiento de las tareas, juntitos
participaron del recreo corriendo de un lado a otro; más nada importante para
ellos que aquel momento de retrotraer el tiempo, aprender y jugar era liberarse
de la ignorancia.
Mientras se sepultaba la noche y amanecía el amor de los
recuerdos, surgió la idea de visitar la tienda de los cachacos gemelos, quienes
se confundían al dar los vueltos al manejar el arte de cambiar los billetes buenos
y meter falsos; se vendía el aroma y
refrescante Menticol, la brillantina Palmolive, pomada de rayo, puyas del
diablo, las bolas de coco, la panelita de leche, las cocadas, los borrachos,
jacta pobre, las zaragozas con cerdo, el guarapo fermentado, otros platos y
bebidas apetecibles; lo malo para los visitantes fúnebres eran los productos
que no pudieron encontrar por ser tarde para buscar lo que fue ayer y ya no es
hoy.
Al tercer día, los enamorados en medio de la vida y la muerte,
después de permanecer en sus nichos de recuerdos, salieron a preguntar por el
único Cura del pueblo y por su Amigo Imaginario, quien los venía siguiendo
desde la tumba hasta su retorno, los abordó y les preguntó: “¿Qué es lo que
quieren?”. Lucrecia, un poco atemorizada, respondió: “Simplemente confesarme, ha pasado tanto tiempo y no he podido pecar;
además, para ver si el Cura de la sotana roja, del que tanto se habla, se come
el cuento de lo que le voy a decir”.
En palabras de Lucrecio, dicen sus amigos difuntos que no se
cansan de hablar, “parece que ese Cura no se fuera a morir, porque arma unas de
las de Troya, se mete en unos líos con todo el mundo, le llaman ‘La sotana del
escándalo y el correo del chisme’, revelan los curiosos que lo vieron mirarse
fijamente al espejo, insultándose así mismo, esas acciones y otras es lo que tiene al Pueblo al Revés, aburrido, hasta el
punto que algunos se han convertido en ateos y dicen que la gente va a hacer
una consulta popular y esta contendrá solo dos opciones: ‘Sé va el Pueblo -Si o
No-‘. ‘Se va el Cura -Si o No-‘”. Entonces prosiguió Lucrecia: “¿Y si se va el
pueblo a quien carajo van a confesar?, pues a nadie porque a mí con esas
referencias que me acaban de dar, no me sacan ni el Padrenuestro”.
A los Lucrecianos les sonó lo del Amigo Imaginario que
siempre los seguía, partieron a observar a la iglesia que los vio nacer y
recordar el agua de la pila bautismal, aquellos divinos vestidos de angelitos,
al igual su matrimonio que festejaron en medio de aplausos desde la entrada de
la iglesia hasta de regreso a casa. Los dos exploradores de la vida y de la
muerte, después de los recuerdos de árboles de corralejos dulces, de color blanco,
del tiribuche que atragantaba provocando tomar agua y de los palos de mamón que
manchaban la ropa y una madre enojada, de la ida y vuelta al jagüey donde los
cántaros averiados llegaban medios, conjugados de verdín; en ese momento
quisieron disipar la curiosidad y hablar con el Cura de la Sotana Roja de
acento español en crisis, que con sus rezagos coloniales todavía le quedaba
tiempo y ganas de violentar antes que colonizar al Pueblo al Revés.
Para Lucrecia y su amado con olor a flor cadáver y a formol
petrificado, no se le escapaba la idea de tener frente a frente a quien también
haría parte de su comunidad silenciosa y expectante de todos los mortales
vivientes, se refería al Cura de la Sotana Roja que llegó después de aquel
funesto día donde los santos no dejaron de ser santos, quedando impresos en
cada viviente, mientras que en el Pueblo al Revés se mantenía un olor a llamas
de santos quemados, cenizas, bancas en carbón, milagros derretidos y los ojos
enrojecidos de los mortales por el humo del siniestro, por el impacto o la naturaleza de la vida que dejó la
deflagración, quitándole lo poco que tenían, los arrevecistas, su Iglesia y San
Ambrosio, su santo devoto.
A Lucrecia le nació un afán de confesión, pero al ver
averiada y destruida aquella mole religiosa de recuerdos optó por renunciar a
aquel sacramento que le daba el perdón de sus pecados y arrepentida por la
tragedia que rodeaba su cabeza expuso esa confesión: “ni me suma ni me resta,
para poder seguir viviendo en medio de los dos mundos extensos y de los amores
con Lucrecio que ni la muerte pudo separarnos”. En ese ir y venir de los dos
embajadores del tiempo, quienes seguían soñando al no dejar de preguntar: “¿Por
qué nuestro pueblo es así?”; pero, además, “¿por qué este Pueblo es al Revés? Mientras,
los días difusos avanzaban y la inclemencia humana no movía ni un ápice para revivir aquel lugar
donde los Lucrecianos empezaron a saber de Dios. A través de los años la pareja
sin calendario se limitó y se aisló del nefasto acontecimiento, preferían
acordarse de sus días y noches secretas en su aposento; allí pintaron las
mariposas, libélulas que perfumaban el jardín con sus colores y olores, las
luciérnagas emblemáticas que encendían su luz y se prolongaba desde la iglesia
hasta su dormitorio final, sirviéndoles de guía espiritual.
Recordar era común entre ellos cuando se iban de compra. Lo
primero que les sucedía era sentarse en el parque, salían de paseo, se bañaban
en el rio, realizaban lecturas misteriosas de difícil interpretación, seguían
explorando queriendo derrotar el lema que dice: “Todo lo solido se desvanece”.
Al final la apuesta sobre el lema les había ocasionado pérdidas, la mole sin
forma y sin fin había sido demolida, mientras que otros en medio de la
feligresía en silencio decían “eso lo llaman lo que el viento se llevó”; o, “a
esto se lo llevo Pindanga”. Solo a los enamorados de la muerte le quedada la
esperanza de que algún día renaciera la ternura de volver a ver aquel
monumento, así le hubiesen cambiado el color o convertido en rascacielos.
Lucrecio, quien era aplomado, persuasivo, se sentó en su
descanso eterno, escribió estas notas: “Hasta
cuándo vamos a soportarnos a este español que llegó y hasta ahora por culpa de
los otros pendejos no contamos con un espacio donde podamos rencontrarnos con
nuestro pasado; lo que pasa es que la gente del pueblo es al revés, le creen
más a ese ancestro de conquistador que a nosotros que hicimos historia y que nos vio hacer algo por él”. Lucrecia
estaba imantada y le temblaban los labios, con la piel erizada por las palabras
que venían de los adentros de su amor de sepulcro. “¡Nos tocará esperar!”, exclamaron,
y “qué dice el español de sotana roja, si yo estuviera viva, otra cosa sería, ¿cuándo
tendremos a nuestros ojos la Iglesia de mi matrimonio y mis oraciones divinas?”.
El Amigo Imaginario no descansaba en seguir los pasos de quienes aun con la
muerte se mantenían unidos; e inquieto se atrevió a preguntarse: “¿La Navidad
es el anuncio de los regalos, las estrellas titilan por doquier, hay un mundo
de esperanza, será que este Pueblo para esa fecha, ya no va a ser al revés y
será que el hombre de la sotana roja, hará el milagro de confesarse ante vivos
y muertos para resucitar a la Iglesia?”.
Lucrecia cansada con sus horas de muerte, le propuso a
Lucrecio darse un tiempo o vacaciones infinitas y no perturbar a quienes
azotados por el frío y el calor se paraban en las esquinas, en medio del
alcohol y de la música a conversar sobre lo mismo de lo mismo, lo que para
algunos le llamaron el cuento del “gallo capón”, cuento que nunca termina; otros
en medio de murmullos decían: “aquí es donde Pabla nunca va parir”; o tal vez
es que a la nueva Iglesia para los mortales arrevecistas, se convirtió en “la
gallina de los huevos de oro” o “la vaca lechera”. Lo pactado por los
Lucrecianos se había cumplido al decidir que se alejarían de este asunto de
vida o muerte que no los dejaba vivir, ahora lo nuevo era seguir sus muertes vivas
y dejar pasar y dejar hacer, pero solo eran palabras de desconsuelo porque
siempre en sus vidas se preocuparon por los demás. Antes de quedar dormidos en
su nichos donde jugaban ajedrez como juego de estrategias de la guerra y los
naipes que los hacían dormir, al poco rato escucharon una voz de ultratumba,
del Amigo Imaginario que les decía: “Al pie de la lápida donde está tallada su
frase ‘Aquí muere y nace el amor’ les dejo un boletín donde el Cura de la
Sotana Roja, anuncia, viene dirigido y firmado desde el Vaticano por el sumo
pontífice, léanlo y después hablamos”.
En efecto sigilosamente se dispusieron a levantarse, salieron
de su nicho lleno de enigmas, observaron la carta, mientras se peleaban por
leer la nota. Lucrecia procedió a leer el Boletín Parroquial que aseguraba: “Su
Santidad considerando que el Banco Ambrosiano cuenta con recursos excesivos y
su fortalecimiento es superior a la Banca Mundial, definió donar una iglesia posmoderna, dotada
de tecnología de punta, sacerdotes en patines, santos robotizados, dinero
plástico, asesores para solucionar los
problemas parroquiales…”. Una vez que finalizó la lectura, Lucrecio bailaba en
un solo pie, se preguntó: “¿Será que tenemos que asistir a la Iglesia por
televisión o la van a traer desde Roma?”.
La misma información o anuncio fue suministrado por el Cura
de la Sotana Roja a la feligresía de San Ambrosio, congregada en la carpa
parroquial. Las caras alegres y llenas de desconfianza no dejaron de
observarse, aunque los amores de Lucrecia no se hubiesen percatado; pasaban los
días y los meses seguían con la paciencia del Pueblo al Revés, cuando al final,
aunados por la desesperanza y viendo que a la Iglesia se la llevó un viento de
caña, un grupo de creyentes vivos decidió viajar a las altas instancias del Vaticano y
solicitarle una audiencia al alto prelado. Cuenta el Amigo Imaginario que
asistieron al magnánimo encuentro, al
llegar las cámaras se disparaban, las grabadoras se apagaban solas, la luz se
fue por varias oportunidades, las lágrimas corrían y las voces tartamudeaban de las cosas que se
dijeron, el lugar estaba rodeado por la Interpol, con las veedurías de organismos
internacionales como el Episcopado, Consejo de Ancianos, Guardia Pretoriana,
Justicia y Paz, Comisión Internacional de Derechos Humanos, quienes eran los
garantes ante el Dialogo Pastoral de la Feligresía del Pueblo al Revés y que
contaba con la participación del Cura de la Sotana Roja y su asesor, el
arzobispo, la Comisión de las rubricas integrada por académicos, escritores,
juristas, mujeres y hombres teístas con su delegación pastoral.
Antes de empezar se invocó una oración a San Ambrosio el
santo patrono, para iluminar los años de tormentas, escándalos, chismes y hasta
posibles atentados macondianos que
circulaban en el Pueblo al Revés; se hizo el protocolo especial y en nombre del
Episcopado se le dio la bienvenida a la comisión múltiple que veían en el Cura
de la Sotana Roja, su paquidermia y dejación para no proyectar a la nueva
Iglesia que le daría tranquilidad a los arrevecistas del pueblo; se explicaron
motivaciones, percances, ofensas, tropelías y señalamiento a la familia Arena
por parte del Cura de la Sotana Roja, el ambiente era tenso y sin que el viento
soplara las gafas del Cura español se movían impulsadas por el miedo que le
tenía a la Delegación Parroquial Alterna,
su piel blanca presentaba un color moreno, entre un amarillo pálido, eran
muchas las voces que apuntaban a que el Cura de la Sotana Roja abandonara la
parroquia del Pueblo al Revés, mientras que el Episcopado hacia votos de comprensión
entre las partes llamando a seguir los pasos de Cristo que invitan a perdonar y
a abrazar a nuestros hermanos; sin embargo, la decisión única que marcó la pauta
planteaba que el Cura de la Sotana Roja era irreconciliable y no había otra
opción que se fuera por donde llegó, según versiones del Amigo Imaginario.
Al cierre de la audiencia, el Cura de la Sotana Roja se llenó
de sufrimiento e intervino como un mártir y buen actor acompañado por su asesor
mudo, del cual comenta la gente que como se descuide le roba la sotana, tiene
tanto poder y le dicen: “Cuerpo ajeno de
poder terrenal y celestial”; con voz entrecortada le dijo a los presentes, pero
en especial al Arzobispo: “Si supiera que en la fiesta de San Ambrosio, tenían
un plan para asesinarme, sino fuera por
las señoras de la tercera edad, que no les importó levantarse a algunas en
sillas de ruedas, apenas se informaron del plan alertaron a las autoridades,
quienes lograron implementar un operativo
y desarmar a los posibles
asesinos intelectuales y materiales”, prosigue el Cura, “es más señor Arzobispo
y veedores, las señoras sacrificaron mercados y calentaron manteca, las llamas
alcanzaban los treinta centímetros a lo largo y ancho por donde se desplazaba
la procesión de San Ambrosio, para arrojársela y desollar a los asesinos, se
comenta que son los mismos a los cuales se les atribuye haber mandado vilmente
al capataz de ganado del Rancho Grande de las afueras del Pueblo al Revés, al mundo
de Lucrecia y compañía”.
Ante semejante barbarismo se enojó y protestó el mayor de la delegación que había mantenido calma y postura, invitó a
sus conciudadanos a desistir de la reunión ante los atropellos del Cura,
situación que fue controlada por el más alto de la comisión; continuó el Cura: “Arzobispo,
el pueblo está conmigo, fue tan grande la solidaridad aunque ustedes no me
crean que se armaron comisiones inteligentes de resistencia, que se le
acercaban a los grupos de forasteros y arrevecistas para obtener información,
mucha gente armó palos y garrotes que guardaban con mucho
sigilo en los costales y se ubicaban en las esquinas para ultimar y matar a los
responsables, a mi lo que me salvo fue una señora que grito: ‘Van a matar al Cura de
la Sotana Roja”, lo que originó que los criminales desaparecieran como por arte
de magia, gracias a la colaboración de la gente y de los agentes encubiertos;
es más, antes y después la gente me decía:
“Cura, no se vaya, que usted puede salir del pueblo canonizado, la gente lo
quiere mucho”. Al instante una voz manifestó: “García Márquez debe estar
preocupado por su tragicomedia, puede estar en peligro su Premio Nobel y según usted
estamos ante otro Macondo”; la risa afloró rompiendo el hielo y el terror se
apodero ante la nueva película del Cura de la Sotana Roja.
Los comentarios al transcurrir de los días no se dejaron de
escuchar y al parecer el Cura de la Sotana Roja hizo una tregua sin insultos e
improperios a los aliados circunstanciales
de la familia Arena, pero esta no duro mucho,
porque al parecer Lucrecia y su amante volvieron a internarse en las
noches oscuras del Pueblo al Revés y no dejaron de escucharse los comentarios
que decían: “Ni que el Papa venga ese Cura cambia”, revelación hecha por el Amigo
Imaginario a quien el Cura no había podido desacreditar en la homilía Lucrecia dijo: “Aquel o aquella que diga algo
del Cura inmediatamente se sabe en el cementerio cuando llegan los difuntos, de
lo contrario él manda una nota al portero que dice que este pendiente de
cualquier rumor o chisme, porque es su arma para el sermón de los domingos”.
El ambiente tenso e intermitente se sentía en el pueblo al
pasar los días, las habladurías de voces tercas, conformes, neutras y decididas
giraban de un lado a otro hasta formar una turbulencia de ideas que terminaban
en no hacer nada por la iglesia “San Ambrosio”. El Amigo Imaginario tenía el don de la
ubicuidad, se situaba en lo
trascendental del pueblo de este mundo y del otro, podía hablar con los vivos y
los muertos; algunos dicen que se le presentó al Cura de la Sotana Roja como
enviado por la Santa Sede, esté manifestó que no lo podía atender porque no
correspondía a su comunidad e informado el Arzobispo del infortunio, decidió
reunirse nuevamente con todas las delegaciones en la zona de arrevecistas donde
está ubicado el Pueblo, esto con el fin de sanear los conatos de bronca, la
formación del ateísmo, las fortalezas de las arcas parroquiales, el trabajo en
equipo, las relaciones interfeligreses, desterrar la discordia y respetar las
familias. La noticia del Amigo Imaginario agradó al informarse de semejante
acto de convivencia comunitaria donde las sendas intervenciones apuntaron por parte
y parte a trabajar en el objetivo común y a construir entre todos una Iglesia
espiritual y material; al terminarse el acto en medio de aplausos, se escuchó
una voz entrecortada que dijo: “Ese cura no va a cambiar nunca, esa Iglesia la
van a ver mis nietos, si acaso”.
Motivados por la ausencia de los largos días y años de no ver
sus sueños realizados la pareja fúnebre volvió a caminar en medio de las
tinieblas por las calles sordas del Pueblo donde no se escuchaba ni el canto
del gallo, sorprendidos encontraron un ejemplar del Diario Universal un titular
que decía: “El Pueblo al Revés al fin tendrá Iglesia”. Los dos empezaron a bailar
en un solo pie; “te lo dije”, expresó Lucrecio, “al fin nos vamos a casar y
morir de nuevo y se harán realidad nuestros sueños”. Acto seguido leyeron el
texto desde el comienzo hasta el final, dándole toda la entonación gramatical y
concluyeron: “¿Cómo así que se necesita tanta plata para esa Iglesia?”.
Lucrecia interrumpió, “entonces el Banco
Ambrosiano desistió de regalar la Iglesia dado que ha podido quedar quebrado”;
repasaron el cuerpo del titular e infirieron que el Cura de la Sotana Roja, dice
además que en este pueblo hay una ola de prostitución y que no pueden decir
“Siéntense” porque se acuestan, que la inseguridad es tan grande que “los
delincuentes adivinan el valor de los billetes y la serie, que la gente lleva
en sus bolsillos”. Además sindicó que los politiquitos del pueblo se dedican a
hablar y a criticar y el pueblo cada día va para abajo; recalca que en la Región
Momposina lo condecoraron por constructor y restaurador de Iglesias “¿y por qué
aquí, en este pueblo no puedo hacer algo mejor?”. “Bueno, eso está bien”,
dijeron al unísono los enamorados históricos, “es algo a nuestro favor, ahora
podemos casarnos de nuevo”.
La noche cayó. Como de costumbre Lucrecia invitaba a su
idolatrado amor a hacer las travesías por el aventurero Pueblo al Revés. Antes
de cruzar la Calle del Espanto sintió los pasos agigantados del Amigo Imaginario,
a quien se les acercaron con la iniciativa femenina y ésta le comentó que al
fin se iba a confesar y a casar por segunda vez, siempre y cuando fuera a la Sede
del Episcopado de la Región Momposina y se informara qué cierto es que el Cura
de la Sotana Roja tiene los créditos de restaurador y constructor de Iglesias.
El Amigo Imaginario acepto la tarea encomendada por Lucrecia y se desplazó de
inmediato para el Episcopado de Mompox y conversó con sacerdotes, monjas, el
alto prelado, quienes le suministraron información oportuna de la historia
monumental y anticuaria de Mompox y estas revelaron que de las iglesias
remodeladas, construidas y restauradas, sólo a una se le había cambiado el piso
en baldosas y construido un nuevo altar, al resto solo eran oraciones, poco
tiempo de estadía, en conclusión nada de nada. Lucrecia no hizo otra cosa que
llorar y en su llanto se escuchaba “ahora sí que todo se derrumbó” y le sugirió
a su Amigo Imaginario que no revelara la información, para ver si al enterarse
el Pueblo al Revés, despierte y no le se sigan creyendo al Cura mitómano, más
grande que Pinocho.
La gran mayoría de los arrevecistas dicen que lo anormal en
el pueblo es no escuchar un comentario
de los desaciertos en las relaciones comunitarias del Cura, hasta el colmo que
pueden ser de otro y se los endilgan a él; parece que los policías de la región
Momposina andan con los ojos llorosos
por las llamadas que a cada media hora hacen desde la parroquia, diciendo que
lo miraron feo, que los pick-up tienen el volumen estridente, que le recuerdan
a su ser querido, que no lo saludaron, que prefieren al otro cura, que por qué
no asisten a la iglesia, que hay un plan para matarlo, que hay infiltrados con
otras ideologías. El Cura propondrá al Episcopado nombrar una policía
parroquial, tal vez pensando en crear el Estado Parroquial dentro del Pueblo al
Revés; lo que para la pareja de Lucrecianos y su Amigo Imaginario no era ningún
secreto porque hace días salió una circular de la parroquia de San Ambrosio que
reza: “Aquel cura que traspase las fronteras sin el consentimiento del Cura de
la Sotana Roja, será denunciado ante los organismos que administran justicia so
pena de cien años de cárcel según el “Derecho Canónico”, por encima del Código
Penal”. Todo esto tiene alborotado al pueblo que no puede rezar, enamorar sin
el consentimiento del Cura y con el visto bueno de su “asesor” que tiene
registrado en un portafolio los estipendios de los actos y servicios religiosos
más el 20% del I.V.A.
Lucrecia, quien demostró su interés viva, muerta y resucitada
al igual que su Lucrecio y su Amigo Imaginario, se reunieron y después de una
discusión que duró más de tres meses, consideraron olvidarse un poco de la
Iglesia del Pueblo al Revés, para ver si esta nace por obra y gracia del Espíritu
Santo. Lucrecia y su Amada recalcaron a la hora de partir: “la verdad es que
seguiremos en la brega de volvernos a confesar, bautizarnos y casarnos en el
Pueblo al Revés, en su Iglesia de San Ambrosio, con la claridad de que nuestro
amor reine por siempre”. ¿Sera que todos somos iglesia espiritual y la material
se la llevo un viento de caña?
Los días transcurrieron y el amigo imaginario caminabas las
calles sin césar tal vez atormentado por que no escucha la última del pueblo y
no tenía como alimentar a los Lucrecianos sobre el acontecer y las expectativas
que tenían sembrada sobre la nueva iglesia dejando en su mente aquel lugar
donde yace el recuerdo encerrado con zinc donde descansan los rayos del sol que
sirve de espejo a los transeúntes; el malestar del amigo imaginario no
desaparecía cuando se informó que a el Pueblo al Revés había llegado un camión
de alta dimensión proveniente de Acerías paz del rio, cargado de varillas con
un aviso alusivo que decía “por fin tenemos iglesia”, el gentío se desbordo y
el menú informativo era “algo es algo”
desatando una aguerrida discusión entre los niños haciendo juicios como
estos ¡esas varillas son para los cimientos!, no ¡son para el techo!, mentira
¡son para hacer santos! Y otro curiosamente dijo: yo si se ¡es al cura de la
sotana roja, le van a hacer una estatua!
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