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UN NOBEL PARA LA PAZ

UN NOBEL PARA LA PAZ

  

Por Hugo Castillo Mesino


Colombia amaneció bendecida por la simultaneidad de dos galardones: el primero, lo que simboliza la Tricolor con su victoria ante el rival de turno y el segundo, el Premio Nobel de Paz otorgado por el Comité Noruego al Presidente Juan Manuel Santos como reconocimiento del Mundo al esfuerzo por adelantar un proceso conducente a la terminación del conflicto armado por más de 52 años y para la construcción de una Paz estable y duradera como un anhelo de las víctimas y de la población en su conjunto, muy a pesar de los resultados adversos en el Plebiscito. El Nobel de Paz es el Premio a los movimientos sociales, a los partidos políticos, a la academia, a las personalidades, a los sectores productivos, a comunidades religiosas, a los jovenes, a las mujeres y hombres de este país que se han venido empeñando obstinada y consecuentemente a construir el camino de la Paz y a los actores armados del conflicto que han comprendido el momento y la oportunidad histórica.

Son muchos los referentes sociológicos y políticos del cómo concebimos la Paz, para ello retomo lo planteado por Fernando Savater en su obra “Diccionario del ciudadano sin miedo a saber”: “La paz es la renuncia de los ciudadanos y de los países a utilizar la violencia unos contra otros y la decisión explícita de someterse a leyes comunes. Naturalmente es un gran bien social que posibilita ahondar en la humanización creadora de las sociedades. Los hombres buscamos la paz porque en ella nos sentimos más libres, es decir, más autónomos al estar menos amenazados”. Esa libertad y autonomía para el pueblo colombiano debe traducirse en mejores oportunidades que contribuyan al bienestar social y que como tal se exprese en una educación de cobertura y calidad hacia la equidad, en atención oportuna y eficiente en la salud, mejoramiento de los servicios domiciliarios, generación de fuentes de empleo formal y estable, universalizar la política de vivienda, una reforma agraria para el desarrollo integral rural de beneficio prioritario a la población campesina y garantizando la seguridad alimentaria, construccion de obras de infraestructura viales y de producción que posibiliten la integración e interconexión entre las diferentes regiones del país, garantías para el ejercicio de los derechos civiles y políticos.

Si bien es cierto que el 2 de octubre pasado solo participó el 37,4% de los ciudadanos habilitados para votar, debemos reconocer que los resultados obtenidos por los partidarios del SÍ y del NO definieron lo que en términos políticos se conoce como una situación de paridad por la exigua diferencia favorable al NO, pero que a la vez nos pone a pensar que este acontecimiento enmarcó lo que algunos politólogos han denominado el “plebiscito de la vergüenza”, sustentado en una campaña que hoy se revela que estuvo intencional y planificadamente orientada al engaño, a la manipulación del ciudadano a través de la mentira, la calumnia, el estímulo al odio, los improperios, la desinformación y la deformación de la verdad y la razón, la mezcla perversa de fundamentalismos políticos y religiosos desconociendo la pertenencia y pertinencia a un Estado laico.

Este Premio al reconocimiento del proceso empeñado que se venía adelantando por la construcción del camino de la Paz, cómo único camino humano y ético válido y excepcional en el mundo para la superación de nuestros conflictos de manera civilizada, es una respuesta oportuna y afirmativa frente a los ruidos y a las voces guerreristas y desestabilizadoras que hoy envalentonados con el resultado del Plebiscito pretenden, en su enfado político, echar tierra a los Acuerdos pactados en La Habana después de cuatro años de persistente negociación de parte y parte y someterlos a una supuesta “renegociación” sin propuestas definidas y con una actitud revanchista que en el fondo persigue darles muerte definitiva y sepultarlos, contrario a las grandes manifestaciones de apoyo locales e internacionales expresadas como un espaldarazo a los Acuerdos, como un grano de aporte también a la paz mundial.

Estamos convencidos que los Acuerdos pactados entre el Gobierno Nacional y las FARC son irreversibles por esa voluntad y decisión ciudadana que a lo largo y ancho del país siguen sosteniendo las comunidades comprometidas con este propósito; además, de la ratificación y el compromiso de la ONU, de la Unión Europea, de la Corte Penal Internacional, de los países garantes y observadores, y de las personalidades participes y representativas que han asumido este proceso.

Hoy los colombianos nos hemos puesto de pie, desde la aldea hasta la gran ciudad a reconocer y a pensar sobre los estragos de la guerra, pero también nos damos las manos para mantenernos unidos e invocar entre todos que es hora de aprehender a convivir juntos en medio de las diferencias y a reconocer que esta oportunidad histórica sobre los acuerdos de Paz debe convocar nuestro apoyo y asumirla hasta las últimas consecuencias. No es posible que mientras nosotros anhelamos la paz con condiciones, las víctimas siguen padeciendo en una guerra incondicional.



PUBLICADO EN EL DIARIO LA LIBERTAD DE BARRANQUILLA

DOMINGO 9 DE OCTUBRE 2016
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