EL LENGUAJE DE LA CORRUPCIÓN
Por Hugo Castillo Mesino
Es común en nuestro país y
en nuestra ciudad Barranquilla hablar de la compra del voto en diferentes modalidades. No sé si
llamar a este adefesio un crimen o
delito a la democracia, cuyos actores punibles son los que lo compran y en
cierta medida quienes lo venden cada cuatro años. Este lenguaje de la
corrupción varía de acuerdo a cada región dada la naturaleza y las
particularidades de nuestra Nación, donde se habla con eufemismos como si se
negara la realidad, hasta el extremo que algunos presentan este comportamiento
electoral corrupto como altruista o lo denominan favores que en el fondo no es más
que el abuso de poder y el privilegio de los mercenarios de turno y de la
burocracia para engordar sus fortunas a costa de la ciudadanía o como una forma
de encubrir los sobornos olvidándose que son delitos contra la administración pública
que afectan al sistema electoral, plagado de cloacas de alcantarillas y
diseñado para ser violado, carente de garantías, viciado, donde se fabrican con
saltos de canguros a quiénes nos “representan” en las corporaciones públicas. En
los círculos políticos internacionales se comenta que el pez empieza a apestar
por la cabeza y que los funcionarios públicos mexicanos que buscan una comisión
por organizar un negocio exigen una “mordida”, mientras que sus homólogos
colombianos hacen lo propio con un “serrucho” de los contratos adjudicados.
El término corrupción
implica no sólo un comportamiento ilegal, sino también inmoral; pero, en
algunos entes territoriales como Barranquilla y el Atlántico, con esto no
excluyo al resto del país, lo que técnicamente es ilegal, para muchos
funcionarios y representantes de las corporaciones puede ser visto como un
comportamiento aceptable y moral, e inclusive las frases más populares en el
lenguaje de la corrupción son metafóricas para simular el peculado o robo,
soborno, extorsión y concierto para delinquir. La corrupción tiene su propio
lenguaje.
Es inaplazable que
hablemos con objetividad sobre las prácticas y el lenguaje de la corrupción en
época electoral y sigamos soportando las máscaras electorales que esconden las
acciones abominables que atentan contra el sufragio y fundamentalmente golpean
sin temor alguno el espíritu democrático que debe vislumbrarse en la
ciudadanía. En cada proceso electoral en el país, en el departamento y en la
ciudad se siguen eligiendo en las corporaciones públicas a delincuentes de
cuello blanco que utilizan todas las argucias, artimañas y estratagemas para
arrancarle la conciencia al ciudadano, prometiéndole un empleo, un día de
salario, un formulario para vivienda, becas, etc., con recursos del Estado provenientes
de las contribuciones tributarias pagadas por los ciudadanos al erario; estos
desalmados no descansan en seguir ofreciendo cuantiosas sumas aun con anticipos
en la compra del voto al elector y más tarde cuando éste se le acerca para
hacerle alguna petición, el candidato-delincuente electoral, en un acto de
cinismo, le dice en su cara al elector: “¿Acaso yo hice contrato contigo?, yo
te pagué, te compré el voto”.
Este negocio rentable
de la compra del voto institucionalizado sin ningún escrúpulo es un factor ante
el que sucumbe la ciudadanía, del cual se valen los politiqueros con recursos
del Estado aprovechándose de millones de colombianos que adolecen de las
condiciones mínimas para su supervivencia social; no es más que producto de los
malabares que hacen los politiqueros amangualados en la pocilga de la
corrupción, donde después de ser elegidos se sientan en los sillones del Senado
y la Cámara y otras corporaciones e inclusive en el solio presidencial a disfrutar
del poder dado por el elector. Cuando gozan de las mieles del poder, estos
traficantes de la vida y de la muerte, malhechores sociales, corruptos sin
piedad, terminan siendo elegidos en las corporaciones públicas con altos
índices de popularidad; mientras tanto algunos medios de comunicación resaltan
su habilidad e inteligencia en la consecución y compra de votos. Estos tráfugas
después de posicionarse en sus sillones territoriales y parlamentarios reciben
altas cuotas de los mandatarios de turno con mermeladas en contratos y se los
adjudican a sus amigos, como mecanismo para reestablecer y recuperar sus
apuestas en la clásica compra de votos que los condujo a ocupar una curul
untada y embadurnada de corrupción; el virus que afecta el presupuesto y el
desarrollo social del país.
Ante los politiqueros,
los mismos con las mismas, los primos, hermanos, tios, compadres, cuñados,
yernos, nueras, padrastros, hijastros, amantes y otros que hacen parte de las
aspiraciones al Congreso y a la Presidencia del entramado con su “Cartel de las
tulas” que mueven antes, el día de y después de la elecciones, hay que decir: “Esos
que pagan para llegar, compran votos para robar, para ellos ni un peso por un
voto”. Nada tiene precio ante la dignidad de los atlanticenses y de los
colombianos, quienes no descansarán denunciando a los farsantes aspirantes del
negocio electoral. Reafirmando lo que dijera nuestro Nobel García Márquez: “Ante
el saqueo, el abandono y la desidia, la respuesta es la vida”.
PUBLICADO EN EL DIARIO LA LIBERTAD DE BARRANQUILLA
DOMINGO 24 DE DICIEMBRE DE 2017
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