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EL VALOR DE VOTAR

EL VALOR DE VOTAR




Por Hugo Castillo Mesino


Es posible que en el escenario político electoral muchos estén apostando a que el titular de este ejercicio tenga algún valor determinado, lo cual es completamente equivoco. De lo que se trata es de encaminar al elector a que haga una lectura a conciencia del significado de los principios éticos que demanda la decisión de elegir a quienes los van a representar en las esferas de gobierno y del poder público. Normalmente nuestros electores acuden a las urnas cegados por compromisos de orden familiar, del círculo de amigos y otros, en un gran porcentaje, son estimulados con dadivas y promesas inalcanzables que sólo son posible en los cerebros morbosos de la corruptela de los candidatos.

Quienes ejercemos la condición de ciudadanos como sujetos políticos vemos la imperiosa necesidad de educar a los electores para que decidan en política lo que significa e implica el valor de votar, visto desde una perspectiva diferente, cuya tarea central es la de concienciar dónde, cómo y por qué se vota; situación que contribuye a actuar en democracia y a crear un arraigo de una nueva cultura política que bien favorece a la derrota del mercantilismo electoral agenciado por los dueños del poder y por los agentes responsables de las desfases y hecatombes que a diario se reflejan en pueblos y ciudades del territorio colombiano. Veamos ahora en qué podemos contribuir quienes invitamos a que nos unamos al cambio y creamos que las transformaciones son posibles.
En el lenguaje de la sensibilidad social es preferible acariciar antes de agarrar y en la dinámica política y de gobierno cuando se trata de definir a quiénes vamos a elegir, entonces podemos afirmar categóricamente que es mejor obedecer y no mandar, entendiendo que es el pueblo el que tiene en exclusiva la facultad de elegir y de revocar a los funcionarios que no cumplan con eficiencia y eficacia el rol para el cual fueron designados por voluntad popular. Destacando a que el concepto de “mandatario” corresponde a que estos son los encargados de hacer los mandados de los electores y del pueblo en sus exigencias para satisfacer sus necesidades. En la actual coyuntura los congresistas o quienes aspiran a esta condición, su deber moral es orientar y representar a la ciudadanía y no a suplantarla, entendida como que su labor es la de representar una voluntad popular puesta al servicio de la comunidad más no de elites particulares en lo local, regional y nacional; un trabajo político igual de importante al de cualquier miembro de la comunidad.

En los momentos actuales circulan por pueblos y ciudades candidatos a la Cámara de Representantes y al Senado sin identidad política, menos con principios éticos que lo acrediten como merecedores de confianza a ser elegidos, dado que lo que han demostrado y pretenden seguir demostrando es no servir a los anhelos de la comunidad sino, por el contrario, servirse de las necesidades de ésta para sus trámites burocráticos que al final se constituyen en la contratocracia, contraprestación a terceros y en la acumulación de riquezas como producto del oscuro engaño a que han sometido a sus electores.

El ejercicio electoral debe ser libre de argucias y de maniobras donde se manifieste la plena conciencia del elector al definir la opción de quienes lo representen corporativamente como un acto de convencimiento, más no dejarse vencer por falsos adalides, traficantes burócratas, engatusadores del anhelo esperanzador de los votantes. La nueva política se hace a través del convencimiento, no de la decisión de unos cuantos. De esto se desprende que quienes aspiran a ser acreditados, certificados y elegidos como futuros representantes al Congreso de la República propongan a través de la palabra como acción los presupuestos fácticos que conciben para la transformación de la sociedad, antes que la imposición de su candidatura per sé, que en términos generales es lo que garantiza el valor de votar, no para llegar y robar sino para cambiar sustancialmente las condiciones de vida y bienestar de la gente.

Todo cambio, por naturaleza, obtiene como respuesta la tendencia a la resistencia, dado que es inherente al mismo ser, pero éste a su vez es superior en la medida en que se transforma biológica y socialmente; entonces, construir antes que destruir denota empezar por crear las condiciones objetivas en el elector que le permitan observar y vivir nuevos resultados sociales, económicos, culturales y políticos donde él se vea representado y que a la vez participe de los mismos. De esta forma el elector empezará a vivir un mundo nuevo más allá de las grandes mentiras de los seudorepresentantes a las corporaciones públicas que lo invitan a votar para elegirlos y reelegirlos. El valor de votar interpretando a la política como el arte de lo posible, enseña y educa cuál es la decisión que se debe tomar al elegir a quien representará a la comunidad, a la vez que dignifica y orienta esa decisión en democracia.

PUBLICADO EN EL DIARIO LA LIBERTAD DE BARRANQUILLA

DOMINGO 21 DE ENERO DE 2018

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