Por HUGO CASTILLO MESINO
Quien pudiera creer
que en Montevideo naciera un 20 de mayo de 1935, un hombre visionario con
mentalidad abierta y con una concepción donde universaliza el mundo político,
económico, social y cultural, como José Mujica, proveniente del seno de una
familia humilde y de ancestros vascos. Desde muy joven militante en el quehacer
político, iniciándose en las Juventudes del Partido Nacional; posteriormente, a
mediados de los 60 fue fundador del Movimiento de Liberación
Nacional-Tupamaros, organización insurgente, con la que participó en diferentes
acciones armadas, de las cuales fue hecho prisionero en cuatro oportunidades
solo por pensar en sueños de libertad y reivindicaciones de su pueblo. Con el
trasegar del tiempo, Mujica es puesto en libertad llegando a ser diputado,
senador y ministro; siendo elegido Presidente por el pueblo uruguayo para el
período 2010-2015.
Creemos que lo que
debe trascender en la condición de gobernante son los hechos y las enseñanzas
que éste deja en su gestión y cómo debe ser interpretado; y esta acepción es
inherente a Mujica cuando nos plantea que “el hombre tiene dos dimensiones: la
física y la útil”. Es por ello que “ni la izquierda ni la derecha triunfan
totalmente”, dado que la historia humana es un movimiento pendular que
posibilita el cambio, busca la justicia, la igualdad y la equidad. Es cierto
que “sectores de la derecha son resistentes al cambio y su espíritu es
conservador y reaccionario, mientras que hay sectores de la izquierda que caen
en la ingenuidad y en el infantilismo”. Estas dos situaciones hacen parte de
unos deseos, pero a la vez es una patología que no ha sido superada.
Para Mujica está
claro que uno de los males que padece la nueva ciudadanía que apoyó a los
gobiernos progresistas de América Latina es que se le olvida mirar hacia atrás
y acordarse que muchas reivindicaciones históricas no fueron dádivas de los
regímenes anteriores y, por el contrario, terminan respaldando propuestas de
gobierno adversas a quienes las han viabilizado, caso Venezuela y Argentina.
Ese es el precio que pagan las revoluciones que son jóvenes. Las revoluciones
son incomprendidas y se dan el lujo de comer a sus propios hijos, en afirmación
de Mujica; esto suele suceder cuando los gobernantes practican una política
simplemente asistencialista dejando de lado la concienciación de sus gobernados
en la defensa y fortalecimiento de sus derechos.
La cultura es el
conjunto de bienes materiales y espirituales inherentes al hombre, y ésta no la
podemos interpretar como los cachivaches o insumos para su desarrollo, sino
como el comportamiento intergeneracional de la sociedad; es por eso que no
podemos de la noche a la mañana instituir modelos de gobierno, económico y
social, si no consultamos y estudiamos el basamento cultural histórico y las
capas sedimentarias de cada pueblo y nación. Esta situación nos invita a
reflexionar que no es fácil imponer un nuevo modelo en un sistema capitalista
alimentado por una cultura que ha sido asimilada en la cotidianidad llena de
conocimientos y de sensaciones sin adelantar un proceso de construcción
histórica y de hegemonización ideológica y espiritual de la nueva propuesta de
desarrollo, lo que requiere de la gradualidad del mismo proceso para su materialización
y de la reprogramación ciudadana. Como sostiene Mujica: “Por el camino más
largo es el viaje más corto”.
No se nos puede
olvidar que el capitalismo ha creado una cultura ceñida por el egoísmo, el
individualismo, la falta de solidaridad y que no es fácil en América Latina
construir sistemas socialistas de un solo tajo; es como si dijéramos en
palabras de Mujica: “No se pueden construir edificios socialistas con albañiles
capitalistas”. Lo que implica, la formación de nuevas generaciones sentipensantes
que asuman como proyecto de vida su papel de constructores y mediadores acordes
con los contextos socio-históricos. No son las leyes las que rigen al hombre,
es la política del hombre, por eso tenemos que romper con la interdependencia
de quienes nos han explotado históricamente, quienes depradan la tierra, se
llevan nuestras materias primas y nos venden sus productos industrializados.
Tenemos que luchar por romper con la vocación suicida de la cultura desorbitada
del consumo; la humanidad tiene que trabajar menos, trabajar solo un poco, no
solo vivir tan apurado, no optar por la organización del disparate con su
santuario de la propiedad privada ante la colectiva, reafirmando una vez más
sus palabras:
“No vinimos a este mundo solo a trabajar y
comprar; vinimos a vivir. La vida es un milagro; la vida es un regalo. Y solo
tenemos una”; allá aquellos que se ufanan por las cosas materiales y se olvidan
de oxigenar el espíritu, esos son los mismos que nos quitan, sin darnos cuenta,
nuestra libertad.
Si algo aprendió Mujica de
la primera ley de la dialéctica es cuando afirma: “Soy un campesino, en mi
manera de pensar, de ver la vida y la naturaleza”. Y sigue vivo en la política
cuando dice: “Nos tenemos que juntar por el susto, para hacer algo
en el mundo que se nos viene”.
PUBLICADO EN EL DIARIO LA LIBERTAD DE BARRANQUILLA
DOMINGO 14 DE FEBRERO 2016
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