Por Hugo Castillo Mesino
A diario suele utilizarse el término
“hijueputa” como una diatriba o insulto, no necesariamente para ofender a la
madre. Y el sentido común, que es el menos común de los sentidos, parece
enviarnos un mensaje sobre nuestro estado de ánimo o es qué somos hijueputas
por una hazaña que reivindica nuestro ego o un falso crecimiento personal o,
por el contrario, somos o se es hijueputa por el valor que le imprimimos a
nuestras decisiones cuando en serio estamos pensando en el bienestar de los
demás. Fernando Vallejo en su libro “Memorias de un hijueputa” expresa un
clamor ante los colombianos cuando nos define como “atropelladores, paridores,
carnívoros, cristianos” y pregunta que “¿hasta cuándo van a abusar de su
paciencia?” y no escatima esfuerzo cuando se refiriere sarcásticamente a quien
empezó como presidente, como dictador y que anda de tirano, superando sus
hazañas. Este tipo de comportamiento es una manera de autobiografiar al
personaje o se está refiriendo al h.p. o más bien al “honorable” expresidente,
hoy senador de la República. Situación que nos asombra, máxime cuando la dicen
a todo pulmón algunos parroquianos que deambulan por las Cortes, por el Palacio
Presidencial y por muchas dependencias oficiales del orden nacional, regional y
local, que los observan en su andar con trajes de gala o vestidos de pueblo y
suelen saludarlos diciéndoles “Honorables”. ¿Honorables Políticos? ¿Honorables
Parlamentarios? ¿Honorable Presidente? ¿Honorable Procurador? Pero al final,
esos honorables deshonran la patria, la sociedad, la familia, porque en el
fondo son unos H. P.
Fernando Vallejo en su obra citada deambula en
medio del escepticismo y su irreverencia manifiesta dejando títere sin cabeza
al preguntar: “¿Cómo así que Cristo resucitó al tercer día? Y esas mujeres que
andaban con él ¿eran creíbles? ¿Y qué pensar de María Magdalena?... Cuando la
muerte borra la resurrección”. Al parecer los mortales solemos afirmar que
ningún muerto resucita a otro muerto. El expresidente a quien Vallejo le tiene
un amor especial por haber encarnado y seguir encarnando los tres poderes,
constituyéndose en el yo, yo, yo; que se traduce en “yo soy el que mando, el
que ordena, el que habla”. De ahí que algunos “honorables” fiscales, ministros,
parlamentarios con el beneplácito de su homólogo, en cuanto a las políticas
públicas tomen determinaciones como la reducción de los presupuestos,
estableciendo leyes lesivas y contraviniendo la Constitución Nacional que
terminan afectando el bienestar social de la población.
Cabe preguntarnos si la mirada que tiene
Vallejo sobre Colombia es real o ficticia cuando afirma que por alto que suban
los “honorables” no están exentos a hechos de corrupción e impunidad en los
gobiernos de Gaviria, Pastrana, Uribe, Santos y este que desborda la copa, por
las aberraciones jurídicas, administrativas, políticas y de otras índoles, que
hacen más voluminosa la historia oscura de Colombia con cabezas cercenadas,
mujeres embarazadas desventradas, maridos emasculados, aldeas quemadas, líderes
asesinados; en fin, terminamos más que muertos y sorprendidos al conocer
innumerables estadísticas de estos casos, por la responsabilidad compartida de
los “honorables” desposeídos de toda condición humana. ¿Cómo se explica que en
Colombia sigan arraigados los cachiporros, los pájaros y los chulavitas a
quienes muestran eufemísticamente con otros nombres como los “honorables”
partidos políticos y las autoridades que regentan los destinos de los
colombianos? O es que acaso se nos olvidó que los conservadores olían a azul y
los liberales olían a rojo y que ahora todos ellos con sus “honorables” juegan,
se recrean, visten en medio de la pompa y el ornato a costa del erario.
Vallejo observa el país como el gran espacio
prohibitivo para unos y permitidos para otros e, inclusive, nos dice que se
prohíbe la música en Colombia, en forma sarcástica, cuando el propio Estado le
dice a su gente “se me van con esa música para otra parte”; desconociendo que
esa música representa la inconformidad y el reclamo de los derechos ciudadanos.
Por ello, Vallejo en esas memorias de un país odiado y amado y de un mundo
donde sus “honorables” lo dividen, lo separan y lo reparten con las guerras,
santificadas por el Vaticano, nos dice que la mejor forma para confrontar y
concienciar es haciendo uso de la libertad y la verdad para que estos
“honorables” dejen de seguir gozando de la miseria humana y reconozcan que ser
hijueputas como ellos, al final, pueden terminar devaluados como un peso. Pero,
para conseguir esto, hay que tener también corazón de un hijueputa o
consultarle a Gabito sobre sus “huevos prehistóricos” o buscar las respuestas
en las últimas décadas de los “honorables” expresidentes que le han hecho daño
al país y han sido indignos por muchas acciones que merecen una condena
histórica y por qué no ir en la búsqueda de sus bienes y expropiárselos o, por
el contrario, proteger aquel o aquella persona digna que termina viviendo en
medio de las calles. Repensemos a estos “honorables” H. P.
PUBLICADO EN EL DIARIO LA LIBERTAD DE BARRANQUILLA
DOMINGO 9 DE FEBRERO DE 2020
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