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DONDE SU FUEGO NUNCA SE APAGA

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Por Hugo Castillo Mesino

Escribir es un acto de confinamiento que debe hacerse de manera voluntaria, sin ataduras y sin miedos que nos cohíban; así lo define María Jimena Duzan en su reciente libro “Para qué escribir”. Vivimos y morimos en busca de la libertad; hay que perderle miedo al miedo, atrevámonos a imaginar, crear y hacer lo que no existe, aunque los otros no comprendan. Basta hacer de la realidad, ficción y de la ficción, realidad. Hoy yace Mercedes Barcha a quien sus amigos cariñosamente la llamaban “La Gaba”, compañera del Nobel Gabriel García Márquez, quien decía “que era un amor para toda la vida”. Al conocer un poco el mundo macondiano de Gabo con sus flores amarillas donde el amor se viste de fantasía, cada palabra de su mundo literario encierra una sonrisa de Mercedes; es más, sucede lo inimaginable entre los dos por estar en el mausoleo del “Claustro de la Merced”, solo a cien metros de su casa y se sumergirán en uno de los mejores cuentos del mundo, “Donde su fuego nunca se apaga” de May Sinclair, el cual comparte Borges; aunque Gabo sostenía que era mejor “El Gato bajo la lluvia”, de Ernest Hemingway.

Dicen los espíritus macondianos que Gabo y Mercedes nacieron y murieron para vivir por siempre y esto es más que cierto “donde su fuego nunca se apaga”, los han visto agarrados de las manos, llenos de sonrisas y carcajadas en medio de las murallas de su “heroica”, cantando “La gota fría” de Emiliano Zuleta” en una de sus notas que dice: “Acodarte Moralito de aquel día/ Que estuviste en Urumita/ Y no quisiste hacer parranda/ Te fuiste de mañanita/ Sería de la misma rabia”. Al llegar Mercedes, su musa, su diosa, la recibió con el bolero ranchero “Nube viajera” de Jorge Macías, airadamente no dejaba de cantar: “Hay amor/ Aquí estoy preso de tu recuerdo en mi soledad/ Hay amor/ son tantos años y no hay remedio para mi mal”. En medio de la noche contemplaban un cielo estrellado y una luna encantada que le hacía recordar los amores de sus padres como en “El amor en los tiempos del colera”; los ojos de Gabo eran un espejo para Mercedes, quien sonriendo exclamó: “brindemos una copa de vino y bailemos sin el afán del tiempo, al son de un vallenato; somos más de medio siglo y la verdad es que no nos casamos hasta que la muerte nos separe y, ahora vivimos donde el fuego nunca se apaga”.

Mercedes observó unos cuadernillos y libros de autores favoritos que le quitaban el sueño: “La metamorfosis”, Franz Kafka; “Ulises”, James Joyce; “Las mil y una noches”; “Luz de agosto”, William Faulkner; “Moby Dick”, Herman Melville; “La cabaña del Tío Tom”, Harriet Beecher Stowe; “La casa de los siete tejados”, Nathaniel Hawthorne; “Edipo Rey”, Sófocles. Mercedes, de humor agradable por su naturaleza costeña, le dice: “¿Qué, pretendes ganarte otro Nobel, no te cansas o es que no sabes que estamos de vacaciones sin comienzo ni fin? Ya está bueno”; pensó que fue su fantasía como soporte de sus escritos, por ser el amor y el ingrediente universal. Todos advirtieron que Mercedes tenía un fuerte concepto de sí misma y que ejercía una autoridad sosegada; pero, en este otro universo se valió del mamagallismo de su amado para revertírselo.

Recuerda aquel día que “¿Bailamos?”, fue la primera palabra con la que Gabo se acercó a Mercedes en una celebración de Cayetano Gentile, en Sucre. Estaba segura y quedó su testimonio: “Desde los doce años supe que jamás escaparía de aquel muchacho tímido”, y, la verdad es que no se equivocó. “Donde su fuego nunca se apaga”. La conversación era infinita. Se trasladaron a la “nevera”, lugar donde el cura Camilo Torres Restrepo bautizó a su hijo, y en el momento que los feligreses se arrodillan, consciente de que Gabo no lo haría, lo hizo para joderlo por su amistad encarnada, vivencia ésta plasmada en “Vivir para contarla”.

Mercedes, le dijo al oído: “¿No te acuerdas de que estamos en confinamiento y la heroica esta sitiada?; más bien debemos pensar en visitar el ‘Castillo San Felipe’ o tomar un poco de fresco en el ‘Camellón de los mártires’, aprovechar que existimos en la invisibilidad y el amor que nos asevera”. Mercedes, discretamente le preguntó: “¿Cuándo estoy y estás con tus amigos siempre hablas de mí y cuando no estoy que pasa?”; era la primera vez que lo hacía “Donde su fuego Nunca se apaga”, hábilmente contestó: “Recuerdas, Mercedes, por allá en 1.965 que íbamos para Acapulco, apenas logré eludir una vaca que se atravesó en la carretera. Rodriguito dio un grito de felicidad: ‘Yo también cuando sea grande voy a matar a vacas en carretera’”. El retorno a esta época “Donde su fuego nunca se apaga” los dejó sedientos de amor. Repensar el amor como un fuego eterno.

PUBLICADO EN EL DIARIO LA LIBERTAD DE BARRANQUILLA

MARTES 18 DE AGOSTO DE 2020
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