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EL MATRIMONIO DE LOS PODERES

                          EL MATRIMONIO DE LOS PODERES




Por Hugo Castillo Mesino


No basta con participar, sino decidir en democracia. La ventaja política sobre los demás sistemas de gobiernos no consiste en que la dirigencia política sea elegida democráticamente y que esta sea mejor que las demás, sino en que manda menos; es decir, que no actúa a su libre albedrío, por el contrario, su poder es limitado por otros poderes que no tienen legitimidad, pero que perturban, controlan y llegan a frenar la toma de decisiones. Fernando Savater en su obra “Diccionario del ciudadano sin miedo a saber” permite preguntar y extrapolar: ¿Por qué la democracia siendo un sistema político institucionaliza la desconfianza en su dirigencia y la vigilancia sobre ellos por distintos medios, que al final tienen un mayor empoderamiento? El más importante de todos es la separación de los poderes Ejecutivo o de gobierno, Legislativo o Congreso y Judicial. 

 

El poder ejecutivo en su acepción amplia está representado por el presidente; dentro de sus funciones están las de nombrar y separar libremente a los ministros del Despacho y a los directores de Departamentos Administrativos, dirigir la fuerza pública y disponer de ella como comandante Supremo de las Fuerzas Armadas de la República, que actúan como si fuesen parte del partido de gobierno, promulgar, obedecer y sancionar las leyes. La Rama Legislativa o Poder Legislativo le corresponde formular las leyes, ejercer control sobre el Gobierno y reformar la Constitución; los magistrados de la Corte Constitucional serán elegidos por el Senado de la República de sendas ternas que le presenten el presidente de la República, la Corte Suprema de Justicia y el Consejo de Estado; mientras el Fiscal General de la Nación es elegido por la Corte Suprema de Justicia de una terna enviada por el presidente de la República, quien al final del protocolo eleccionario responde a sus orientaciones e intereses.

 

Los críticos suelen opinar que el poder judicial es el único de los tres poderes que no está permitido a elección democrática sino a cooptación profesional. Los jueces, los magistrados, los fiscales son los únicos dentro de estos poderes que deben tener una preparación específica para el ejercicio de su cargo, lo que no ocurre con los gobernantes ni con los parlamentarios; es decir, cualquiera puede ser ministro o miembro del Congreso como suele suceder en los espacios corporativos del país o de lo contrario lancen una mirada definidas las  listas para el 2022, da vergüenza ver los caramelos desgastados; pero hacen falta determinados estudios y pruebas para llegar a ser juez magistrado o fiscal; por supuesto este profesionalismo no garantiza su imparcialidad, pero en principio debería garantizar una vía distinta que la meramente ideológica para llegar al puesto.

 

Sin duda, los altos cargos del poder judicial tendrán cada cual su propia forma de pensar y también su carácter con los vicios propios de la humanidad. Son seres humanos, no mejores que los demás, pero tampoco peores y es preciso recordar que los humanos estamos siempre en manos de nuestros semejantes. Uno de los males indudables de muchas democracias, entre ella la nuestra, si es cierto eso, es que los cargos de las más altas instancias judiciales dependen, a fin de cuenta, de imposiciones o pacto entre los partidos en el Congreso, de la mayoría generalmente sumisos a su viciado origen y comportándose acorde a sus intereses.

 

En nuestro país se acostumbra a que la denominada independencia de los jueces es de tal calaña que se sabe lo que van a decir en cada caso antes de que se pronuncien, es un deporte nacional.  Si es de pensar en una reforma institucional es necesario que nuestro país acabe, en la medida en lo posible, esta esclavización de lo judicial a lo legislativo y ejecutivo. Lo que históricamente ha estado al orden del día es separar y acabar con el matrimonio de los poderes públicos, en la perspectiva de reivindicar su autonomía. Lo difícil es instrumentar las medidas a fin de que sea lo más difícil posible comprarlos ideológicamente.

 

Platón nos remite que para conseguir un Estado perfecto, busca la ciudad justa, formada por hombres justos y virtuosos; mientras que Sócrates nos dice que “la mayor lección democrática es haber preferido padecer la injusticia a cometerla”; Santo Tomás  nos ilustra en el sentido de que “la mayoría numérica de los ciudadanos se impone sobre la minoría más calificada”; Spinoza irrumpe con profundidad al plantear que nuestras democracias serán sólidas, vigorosas y fervientes si los individuos que las componen son capaces de dominar sus pasiones tristes,  y Zygmunt Bauman contribuye con su aporte al sostener que “lo que está pasando ahora, lo que podemos llamar la crisis de la democracia, es el colapso de la confianza, la creencia de que los líderes no solo son corruptos o estúpidos, sino que son incapaces”. Repensar la “democracia” en nuestro país, decidiendo en democracia; para acabar con el democrámetro.


PUBLICADO EN EL DIARIO LA LIBERTAD DE BARRANQUILLA

LUNES 2 DE AGOSTO DE 2021
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