SMARTPHPONE, DROGA DIGITAL
Navegar en el complejo mundo de la tecnología es un reto por su lenguaje y aplicación; pero, la vida misma acude a los sentidos y surgen respuestas, por intuición o formación al utilizar el smartphone o teléfono inteligente, dispositivo que integra funcionalidades del teléfono móvil más común, de un asistente digital personal, permitiendo a los usuarios almacenar información, enviar y recibir mensajes, E-mail e instalar programas; convertido en el nuevo condicionador e invocador de todos los días, que nos asalta con extremada preocupación cuando no sabemos de él, salimos de prisa a su búsqueda, es como un cuerpo sin alma a quien tenemos que obedecer, ese es el celular o smartphone con diferencias.
El smartphone es como si tuviéramos el mundo bajo control, donde éste tiene que cumplir conmigo, lo que nos lleva a reforzar nuestra condición de egocéntricos. Cuando tocamos su pantalla sometemos el mundo a nuestras necesidades, como si el mundo estuviere a nuestra disposición; ya no somos nosotros, es un ser dentro de nosotros, donde la vista pierde su lado mágico, renunciamos al asombro, anulamos la distancia, el tacto del dedo índice hace que todo sea consumible, suele pedir todo tipos de artículos y todo lo que toca se convierte en mercancía, donde el Tinder o aplicación de citas mutuamente degrada al otro a objeto sexual, contribuyendo con la comunicación digital donde la forma para dirigirse a otros a menudo desaparece, al otro no se le llama para hablar dado que preferimos escribir mensajes de texto en lugar de llamar al otro, porque al escribir estamos menos expuestos al trato directo; así desaparece el otro como voz y se reduce a palabras escritas, es una comunicación descorporizada y sin visión del otro.
El smartphone es “Smart” porque quita resistencia a la realidad; dada su superficie lisa produce una ausencia de resistencia, donde todo parece dócil y agradable, solo con un click o la yema de un dedo todo es accesible, disponible y se comporta como un lisonjero digital asimilándolo a alguien para conseguir un favor o ganar su voluntad. Hoy por hoy llevamos el smartphone a todas partes y cuando lo dejamos olvidado somos capaces de regresar del aeropuerto a escasas horas de la salida del avión; debido a que la realidad que no es realidad la percibimos a traves de la pantalla, olvidándonos que el smartphone irrealiza el mundo, nos controla, nos programa, no somos nosotros los que utilizamos el smartphone, es él quien nos utiliza a nosotros, es el actor de nuestras vidas, es también un pornófano quien nos desnuda y, a su vez, es un confeccionarío portátil, convirtiéndonos en sumisos por ser devocionario del régimen neoliberal, donde el like es el amén digital y cuando damos el botón de “Me gusta” nos sometemos al aparato de dominación que análogamente es el aparato estatal.
Para el filósofo sudcoreano Byung-Chul Han en su libro “No- Cosas. Quiebras del mundo de hoy” plantea que “las plataformas como Facebook y Google son los nuevos señores feudales. Incansables, labramos sus tierras y producimos datos valiosos, de lo que ellos luego sacan provecho”; nos sentimos libres, sin darnos cuenta que somos vilipendiados, castigados, dominados, controlados por el panóptico digital de las plataformas en manos de las transnacionales de la comunicación y de la infoesfera donde navegamos los infomátas consumidores, convertidos en mercancía en correspondencia al capitalismo del “Me gusta” que gracias a su permisividad no tiene que temer ninguna resistencia, ninguna revolución, que no debe de ser una enseñanza para aquellos que creen que en las redes sociales se cambian las estructuras del Estado.
Es claro que el smartphone nos inunda de estímulos, reprime la imaginación, cercena la creatividad, fragmenta la atención, desestabiliza la psique. Contribuye a negar a los objetos de transición, como en el caso de los niños que toman su juguete permitiendo darles seguridad, quitándoles el miedo, abriéndoles un espacio dialógico que encuentra en el otro llamado juguete. Por el contrario, al smartphone los vuelve dependientes, truncándoles cualquier posibilidad de jugar en mundos que brinden confianza en sí mismo. El smartphone no es un oso de peluche, es más bien un objeto narcisista y autista en el que uno no siente al otro sino a sí mismo; su aparición no ha hecho otra cosa que destruir la construcción empática, creando la desaparición del otro, lo que hace que cada dia nos sintamos solos.
Hoy el concepto de la comunicación dialógica se ha sustituido por los dispositivos y los espacios en las plataformas, negando las miradas como expresiones corpóreas y simbólicas. Repensar el uso excesivo e irracional del smartphone constituido en una adicción o droga digital en la sociedad del “Me gusta”, donde los registros de miles de “amigos” o contactos se convierten en una realidad gaseosa, haciendo más extensa la soledad como producto de la ausencia del otro.
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