GATOPARDISMO ELECTORAL
Por Hugo Castillo Mesino
No es un acto de fortalecimiento darme a la tarea de escribir sobre las concepciones de la gama de partidos políticos que hacen parte del ámbito nacional. No obstante, es más que una provocación, observar que en la mayoría de partidos políticos sus aspiraciones presidenciales no están centradas en las discusiones y debates internos referentes a su ideario de unidad y a sus postulados políticos, sino más bien a una escisión manifiesta en su interior que termina en la conclusión de que sus candidatos aspiren a ser acreditados a través de la recolección de firmas; desdibujando así el legado partidista y favoreciendo los apetitos individuales de sus máximos dirigentes. Cabe preguntarse: ¿A qué obedece este gatopardismo concebido como el cambio de lo que nunca va a cambiar? ¿Será que los partidos políticos ancestrales y los fusionados perdieron su identidad? ¿Cómo se explica que estas organizaciones estén barnizadas a su interior por actos de corrupción? ¿Cuál es el papel de sus dirigentes al no objetar o desautorizar a los candidatos nacidos y formados al interior de los partidos? ¿O es que existe una desafección generalizada por las crisis de estas organizaciones? ¿Podríamos afirmar que Colombia dejó de ser un país de partidos para convertirse en un país de caudillos?
Es válido, sin caer en el revisionismo, que el Partido Conservador, en su acepción filosófica y política, plantea condenar los actos contra la moral, la tolerancia, la legalidad. Entonces, nos preguntamos: ¿Cómo permite que Alejandro Ordoñez, Marta Lucía Ramírez y otros, salgan a promocionar sus nombres, buscando el respaldo de la ciudadanía y, a la vez, desconociendo, el legado histórico de su partido? Mientras que el Partido Liberal Colombiano, quien ha profundizado los procesos de democratización interna, no ha podido superar las perturbaciones o dificultades para concitar en un candidato único de su colectividad y que éste actúe en los actuales momentos con un abanico de candidatos que se han lanzado a las calles con el propósito de aportar las firmas en el marco de sus aspiraciones, representado por Humberto de la Calle, quien aparenta ser parte de una supuesta disidencia, cuando al parecer no es más que otra estrategia política para mitigar los problemas propios de su organización y embaucar a una ciudadanía relativamente menor de edad.
Colombia aparece mimetizada al surgir nuevos movimientos políticos como el Partido Social de Unidad Nacional, conocido como la “U”, de origen en el Partido Liberal y producto de un eclecticismo político dinamizado inicialmente por el expresidente y Senador Álvaro Uribe Vélez y hoy por el Presidente Juan Manuel Santos; que al parecer su “legado” está representado por divisiones individuales y apetitos burocráticos más que por una filosofía que marque la diferencia como una organización con ideales y propósitos distintos, lo cual lo ha llevado a un franco declive. En este mismo escenario surge Cambio Radical como una “opción de cambio para Colombia” bajo la conducción del otrora líder liberal Germán Vargas Lleras, quien en su visión dice encarnar la lucha contra la corrupción, olvidando que en las estadísticas nacionales sus cuadros representativos y funcionarios se encuentran comprometidos en los mayores actos de corrupción en el país en los últimos años; por eso no sorprende que siendo Vargas Lleras su fundador hoy, en un acto de ingratitud política, se lanza a la carrera presidencial fuera de la estructura del Partido buscando la solidaridad y el respaldo de la ciudadanía por firmas, colocando en entredicho la legitimidad de su propia organización y propiciando el olvido consciente de los hechos que lo enlodan.
A esto se suman expresiones de otros movimientos políticos en el campo de los sectores alternos a los tradicionales, quienes no han logrado consolidar una estructura sólida como partido y vislumbrándose en ellos sólo el resaltamiento exclusivo de la figura personal de quienes los dirigen antes que la madurez organizativa colectiva que sirviera como garante democrático de la mayor participación popular en un programa comprometido con la real transformación del país. No podemos admitir que los errores del pasado en nuestra América Latina y concretamente en nuestro país, sigan repitiéndose en el surgimiento de individualidades que sean las que marquen el rumbo de la política y no las organizaciones políticas que en su accionar y dinámica contribuyan en la formación y cualificación de liderazgos colectivos, de líderes de líderes, articulados y correspondiendo a una base social participativa que dé respuesta a sus actos de gobierno y de dirección.
La recolección de firmas, que es considerada como un despropósito nacional, con fines presidenciales y de aspiraciones al Congreso de la República, tiende a convertirse, según el humor político, en una pandemia o en un deporte nacional practicado con fines no solo de rentabilidad política sino también financiera, que al final de la partida electoral es compensado por parte del Estado con la reposición de votos y burocracia a los grupúsculos mejor posicionados que no le rinden cuentas a ninguna base social y política organizada. ¿Dónde quedan nuestras reservas éticas y morales?
PUBLICADO EN EL DIARIO LA LIBERTAD DE BARRANQUILLA
DOMINGO 01 DE OCTUBRE DE 2017
0 comentarios:
Publicar un comentario