ES UN PELIGRO APRENDER
Por Hugo Castillo Mesino
En los niños siempre aflora el interés por
preguntar sobre la naturaleza de las cosas insertas en un universo de matices,
acreditándolos como un semillero incipiente de investigadores. Tal afirmación
esta en correspondencia con la visión que tiene William Ospina en su obra “El
taller, el templo y el hogar”; retomándolo
sabemos que “hay una edad temprana en que todo niño es un manojo de
preguntas”, en esa edad los filósofos consideran que el mundo arde en enigmas,
todo es asombro y tentación; al parecer los niños están en el juego de que para
filosofar solo basta con tener capacidad de asombro y ocurre en estudios de casos cuando se pregunta por el
sexo, donde participan variables como la fecundidad, repetición, atracción,
multiplicación, por la muerte y la resurrección como si emularan al filósofo
Fernando Savater en su texto “Las preguntas de la vida”.
La existencia es un fenómeno específicamente
humano y esto es asimilado por todos los que hemos dedicados parte de nuestras
vidas a los grandes temas de la educación, la filosofía, las ciencias, la ética
y otras disciplinas. La academia se sigue equivocando al concebir que cada
pregunta tiene una respuesta con enfoque escolástico, como en tiempos del
Catecismo Astete, donde se niega la pluralidad de las respuestas por su
tradición dogmática y doctrinaria, desconociendo las diferentes concepciones y
visiones, sobre todo al no aceptar respuestas que estén antecedidas por la
razón, castrando la posibilidad de responder con la magia de la poesía y la
imaginación que rompe los bucles mentales y racionales. Qué tal si nos
preguntaran “qué es la vida” y la respuesta fuera “es el nacimiento de la
muerte”; seguramente la academia doctrinaria nos descalificaría, olvidándose
que los grandes inventos se hicieron antes de que llegara la educación y ésta prohíbe
muchas de sus manifestaciones objetando que es un acto irresponsable inventar y
adivinar en educación.
El mundo globalizado donde vivimos, además
simplificado y especializado, uniforma en una conspiración contra la
multiversidad, atrincherando el pensamiento circular, lateral, sistémico y
avalando el pensamiento único para complacerse entre sí y sentirse todos por
iguales; golpeando al que es diferente, piensa diferente y se contrapone al “hombre
mediocre” del que habló el médico y psicólogo José Ingenieros. Mi opinión es
que el pensar es un acto de cambio y no se puede constituir en uniformar a la
persona, porque es una violación al derecho a la individualidad, a la
diversidad, a la creación como seres únicos y libres. Basta con recordar a los
presocráticos y traer a colación a Heráclito de Éfeso cuando afirmaba que “todo
está en movimiento”, mientras que sus vecinos afirmaban que la realidad es un
caos de partículas, todas venían del agua, todas venían del fuego. En
conclusión, no hay una verdad oficial que descalifique a las otras.
Somos conscientes que somos la única especie
que tiene conciencia de sí misma y ha hecho diccionarios para definir,
interpretar, calcular, desglosar y clasificar el universo; la única que
requiere cambiar para cambiar algo por un algo nuevo y la única que puede hacer
modificaciones en el mundo que vivimos, dado que el pensamiento humano tiene el
derecho a conocerlo todo y transformar todo. Es bueno preguntarnos si es verdad
que hay una edad en la que vamos a la escuela o asumimos la posición de que
tenemos que estar aprendiendo toda la vida y que “la educación comienza con la
vida y termina con la muerte”, tal como lo definiera José Martí. Aprender es
peligroso porque es triunfar como humanos, vivir en convivencia, vivir en la
alegría, ayudarnos a ser mejores y ayudar a los demás; preguntarnos qué es la
Escuela, qué es la Academia y qué es la Universidad; si son un tipo de edificio
o un tipo de institución o si más bien son una manera de estar en el mundo,
dado que muchos sabios y filósofos nos han dicho que la “Escuela es el mundo”,
que es la actitud, que la sabiduría es menos una cuestión de títulos. No quiero
decir que los títulos no valgan nada. Lo que digo es que los títulos valen si
hay un saber efectivo en el ser que los posee. Infiero, los seres humanos son la
única especie que aprende y que tiene la maravillosa capacidad de aprender y
por eso es que somos peligrosos. La Escuela, tiene que dejar de orientar todo
el saber hacia la producción, el comercio y la industria, con esto no descarto
su relevancia. Lo que se pretende es decir que el mundo no se agota en ellos,
que la vida es mucho más, que la educación que impartimos debe orientarse para
formar seres humanos y ciudadanos y no solo para formar operarios y técnicos donde
no tributa el humanismo. No podemos confundir la vida con las herramientas que
ayudan a vivirla.
PUBLICADO EN EL DIARIO LA LIBERTAD DE BARRANQUILLA
DOMINGO 24 DE JUNIO DE 2018
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