Por Hugo Castillo Mesino
El lenguaje es de suma importancia. La palabra
es una representación léxica que evoca, entre todos los hablantes de un idioma
o dialecto, un mismo concepto. Lenguaje político es una expresión de
la ciencia política usada habitualmente en
los medios de comunicación. En el sentido científico del término no designa
solamente a la forma específica de utilizar el lenguaje por los políticos;
lo que más estrictamente se denomina «jerga política» o «habla de los
políticos», y que se pone como ejemplo de mal uso del lenguaje o
como ejemplo del buen uso. Es cierto que toda ciencia, al igual que las
disciplinas, tiene un lenguaje que comunicar y que éste es asimilable a los
destinatarios.
Ante esta situación, la izquierda maneja un
lenguaje un poco estereotipado que termina confundiéndose como un mito político
y que al no compartirlo sus seguidores toman el riesgo de ser descalificados.
¿Qué sucede cuando al interior de los partidos denominados de izquierda sus militantes
terminan codificando su lenguaje? Que las palabras son tergiversadas y
conceptos enteros se derrumban; la comunicación pierde su sano curso y, en el
mejor de los casos, la comunicación se entorpece. En la lógica de construcción del lenguaje, éste se ha
considerado a menudo la palanca que mueve toda polea ideológica.
Sin pretender
transitar exhaustivamente por el lenguaje comulgado y hablado por muchos
sectores de la izquierda, parece que este se convirtiera en un “catecismo
político”, centrado y defendido desde las trincheras del discurso cuando a
ultranza, en algunas intervenciones, se denota la “lucha de clases” exclusiva
entre “burguesía y proletariado”, soslayando al conjunto disperso de sectores
precarizados. En esa misma dirección, conceptos, como expresión de tendencias
anacrónicas en la izquierda, que suelen reproducir al interior de las
organizaciones y de las propias bases, son utilizados usualmente libres de
contexto o empobrecidos de contexto, bajo una visión del mundo donde suele
escasear la expresión de duda, incertidumbre e hipótesis; tales como:
“camarada”, “revolución”, “unidad y lucha de contrarios”, “toma del poder” y
otros, mecánicamente, olvidándose de lo mismo que se pregona: del “análisis
concreto de la situación concreta”; etiquetando, macartistamente, todo intento
de contextualización del lenguaje como “revisionismo”.
No es fácil hacer
desaparecer el lenguaje, para ello debía desaparecer la sociedad. Lo que
aspiramos a reivindicar es que, el lenguaje como insumo principal de la
comunicación debe ser asertivo, sobre todo cuando aspiramos a educar aprehender
a las nuevas generaciones que incursionan en el quehacer político y que al
escuchar expresiones como “objetivos tácticos”, “enemigo estratégico”, “aliados
estratégicos”, hacen difusa su comprensión para situarse en la realidad
objetiva que viven estos militantes o ciudadanos en el acontecer cotidiano de
la política que desarrollan los partidos a su interior y de la sociedad misma.
Quedando estos sectores de izquierda atrapados en su propia versión contraída
del círculo hermenéutico o interpretativa, con palabras que hoy significan
otras palabras o abstracciones reificantes que en el presente tienen otra
naturaleza, haciendo borroso su significado e inhabilitando el lenguaje común;
sin con esto hacer emulación a los eufemismos en boga agenciados por la derecha
que terminan haciendo de las verdades posverdades.
Cómo pretenden
algunos sectores de la izquierda inscribirse en ser alternativos cuando en la
práctica no son coherentes políticamente y aspiran a engrosar su participación
militante convocando a las juventudes de la academia, de la literatura, de las
artes, de las ciencias, de la farándula y de otros menesteres sociales,
hablándoles con un lenguaje vetusto y sin motivación que los ponga en la
disponibilidad de repensar una nueva forma de hacer la política y de visionar
una sociedad que corresponda a sus expectativas y a sus utopías, que siguen
siendo las de miles de hombres y mujeres colombianos, latinoamericanos y del
mundo; de lo que se trata es de atrevernos de conflictuar y liarnos con
nuestros adentros para poder emancipar nuevas ideas y pensamientos que
confluyan con lo que desde los otros cerebros ciudadanos están pensando cómo
debe ser la política como un arte, no solo de acceder al poder sino de
gobernar.
Ahora, abordar la
política en la actual coyuntura electoral y más allá, requiere el esfuerzo
colectivo de utilizar un lenguaje no eufemístico, pero sí comprensible que
permita hacer conciencia de la palabra como acción determinante para gestar
cambios. De lo contrario, nos quedaremos con un lenguaje ortodoxo, al final
metafísico y no dialéctico como se pretende, y seguiremos posando como viejos
“revolucionarios” que levantan ladrillos para planes y soluciones que pueden parecer
utópicos pero que acaban empobreciendo al mundo, distanciándonos de avanzar
progresivamente y obtener resultados superiores este 27 de octubre, fecha
significante no solo para la renovación del poder político sino, además, para
el relevo generacional en el Distrito de Barranquilla y en la Gobernación del
Departamento del Atlántico con Nicolás Petro y Antonio Bohórquez,
respectivamente. Repensemos a Barranquilla y al Atlántico.
PUBLICADO EN EL DIARIO LA LIBERTAD DE BARRANQUILLA
DOMINGO 18 DE AGOSTO DE 2019
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