Por Hugo Castillo Mesino
El país se asombró al producirse dos fenómenos:
el primero, de naturaleza política nacional, conocido como la “ñeñepolítica”;
y, el segundo, de naturaleza sanitaria mundial, conocido como “coronavirus”; lo
cual permite situarnos en las siguientes hipótesis: ¿es la “ñeñepolítica” la
gestora del coronavirus en el país? o ¿es el coronavirus la negación de la
“ñeñepolítica”? El ámbito de la política no puede ser diferencial al ámbito de
la salud pública, dado que su escenario requiere de un tratamiento ético en la
búsqueda de soluciones. Lo extraño de lo planteado consiste en que la
“ñeñepolítica”, al parecer, no tiene dolientes; mientras que el coronavirus
tiene sus comientes al interior del Gobierno Central. Entonces, cabe cuestionarse,
si la situación de la “ñeñepolítica” queda relegada a un último plano muy a
pesar de las miles de interceptaciones difundidas por los diferentes medios de
comunicación, alternativos y digitales, y desconocidas o desvirtuadas por los
de siempre, vaya a terminar engavetada como una práctica sistémica y
sistemática por los gobiernos de turno, con sus cloacas y cañerías de
alcantarilla, amparadas en el argumento de la prioridad nacional de la
emergencia sanitaria, o, por el contrario, se va a actuar con rigor, igual que
las medidas sanitarias y ambientales que está planteando en su alocución el
subpresidente Duque con el caso del coronavirus.
El propósito no es desconocer los criterios que
ha planteado el Gobierno Nacional en torno a la atención del coronavirus,
máxime cuando la Organización Mundial de la Salud lo ha declarado como pandemia,
un poco contrario a las estadísticas sobre la mortalidad del virus; y, es
válido que la prevención de este fenómeno sea acompañada con especialistas, la
infraestructura y las regulaciones ciudadanas necesarias para impedir su
propagación. Pero, a su vez, el fenómeno de la “ñeñepolítica” también reviste
trascendental importancia y debe dársele todas las garantías a los organismos que
administran justicia, a los denunciantes o quejosos, a los medios de
información alternativos y a las víctimas como consecuencia de las acciones
depravadas, corruptas y asquerosas que corrompen la salud ética de la Nación,
sin la cual la voluntad de gestión del gobierno en todos los ámbitos carece de
sentido. De lo que se trata es de complejizar la política, lo que implica
administrar la salud y la justicia como algo disímil, pero que la solución de
la una se encuentra en la solución de la otra y no definirla como una
separación; tanto la salud como la justicia requieren mayores grados de
libertad y en esta libertad está el saber gobernar y sacar hacia adelante un
país asfixiado por la corrupción mafiosa enquistada en el Estado. No aceptar
pasiva y mediáticamente que el Covid-19 (nombre científico del virus) imponga
una corona majestuosa a la “ñeñepolítica” revistiéndola de impunidad.
Las medidas adoptadas por el gobierno del
subpresidente Duque, algunas de ellas hacen parte de protocolos y parámetros
para prevenir la propagación del virus; y llama la atención las ambigüedades de
estas medidas como la de no permitir la aglomeración de más de 500 personas en
los eventos públicos, lo que permite inferir es que podrían realizarse eventos
con menos de 500 personas y si la asistencia es superior cuatro o cinco veces
de lo establecido podrían fraccionarse; no sé si esto es falta de precisión o
es un argumento carente de organización y planificación. Las matemáticas son
sociales, ¿a qué obedecen que suspendan por diez días las visitas a los sitios
de reclusión cuando el conjunto de las medidas va hasta el 30 de mayo? ¿sobre qué
base se determina que el período de ejecución de la emergencia sanitaria es de
casi tres meses? Lo que se denota es la clásica improvisación en la forma de
enfrentar el virus.
Cuando nos introducimos en la lectura de la
obra “Política + Tiempo = Biopolítica” de Carlos Eduardo Maldonado deducimos
que, la alegría de vivir se expresa en la paz con la que se acoge la noche sin
la angustia del día siguiente o sin la zozobra del instante siguiente; lo que
significa una política de vida, una política de esperanza, de optimismo, de
alegría; pero, la vida es, a su vez, la superación de la vida misma, la de
poder transformar la realidad, visionar el universo y conocer su sociedad. Es la
biopolítica la que los gobiernos deben desarrollar simultáneamente en el
contexto de una verdadera justicia y una salud ética como un imperativo de
bienestar social en estos tiempos de incertidumbre nacional. Los colombianos
debemos aprehender que las malas políticas de estos gobiernos atravesados por
el ADN de la corrupción se han traducido como el sufrimiento de la gente de
manera inmisericorde y un gobierno que hace sufrir a la gente no merece ningún
respeto ni tiene derecho a permanecer. Pues, como insinuara Albert Camus en “La
peste”, estos virus no mueren ni desaparecen, pueden permanecer dormidos,
esperando pacientemente despertar si no los exterminamos de raíz.
PUBLICADO EN EL DIARIO LA LIBERTAD DE BARRANQUILLA
DOMINGO 15 DE MARZO DE 2020
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