Por Hugo Castillo Mesino
Cuando me percaté que la comunicación por los
medios y redes sociales bombardeaban mis ojos, oídos y neuronas, atormentando
mi mente como un torbellino o vórtice; entonces, capté que la complejidad de
ese anuncio no era de cualquier magnitud y que las ráfagas informativas iban y
venían cargadas de anuncios apocalípticos, pitonisos, astrológicos, biológicos,
médicos y de personalidades políticas con rumbo y sin rumbo fijo, pero, a su
vez, las noticias e informaciones y tergiversaciones se mantenían por gravedad
o por salud pública.
Me sacudí antes de que el miedo me invadiera y
no pudiera escribir estas notas del ser que van más allá de la existencia del virus,
apellidado como el Coronavirus, galardonado y considerado como la expresión más
pronunciada cada segundo en el planeta desbordando el universo de las
preocupaciones y alcances científicos desde lo doméstico hasta lo cotidiano. Para
mí el universo es inferior ante el incalculable mundo que
tienen los ojos con neuronas astronómicas y que concibo como una construcción
de hechos, los cuales hacen parte de los días vividos encerrado en mis adentros
y en mi apartamento con la compañía de mi familia y más de quinientos autores
de mi confianza, contaminados de cultura y asentados en mi biblioteca, lo que
me hizo pensar en los tiempos del “Mito
de la cavernas” de Platón, a diferencia que no salgo de la caverna hace ocho
días y me alimento de ingredientes diversos y plurales, próximo a superar el tiempo de distanciamiento social con
paciencia, reflexión y resistencia
espiritual.
Al leer “Cien Años de Soledad” nos encontramos
con el “insomnio de la peste”, situándonos cuando “José Arcadio Buendía se dio
cuenta de que la peste había invadido el pueblo, reunió a su familia…”;
atravesado por circunstancias y con el pleno deseo de vivir tomé la decisión
desde el día domingo que antecede a este ejercicio por “la vida o la muerte” e
hice uso de mi yoidad sin prestar atención a la otredad y le comuniqué a mi
familia ante el reto, soportando las
múltiples llamadas, les manifesté que
solo los escucharía, pero no los recibiría en mi apartamento porque los amaba
mucho y yo también amo a mi familia. Observé
mis amados libros, conversé con Gastón Bachelard en su obra “La poética del espacio”,
quien nos dice “instalado en todas partes, pero sin encerrarse en ningún lado,
tal es la divisa del soñador de morada. En la casa final como en mi casa
verdadera, el sueño de habitar está superado. Hay que dejar siempre abierto un
ensueño de otra parte”.
Concluí que, estar encerrado ante la Pandemia
del Coronavirus es una demostración de libertad y la ejerces ante la propia
negación de los dueños de los días y desde esta caverna civilizada recreas tus
hábitos, juegas con el tiempo, rescatas las distancias, humanizas el convivir
en familia, confirmas lo importante que son los amigos y tienes derecho a ser
creativo, administras el tiempo sin atar a nadie rescatando lo que dejaste de
hacer y hacer lo que no has podido hacer; es una forma de oxigenación de la
vida y una respuesta contundente a la muerte que te asedia.
He aprendido en este distanciamiento social que
la unión de un pueblo se autoeduca en la solidaridad a pesar de las
dificultades. También he observado situaciones más allá del universo como es la
construcción de los mundos desde espacios mentales donde aflora la alegría y la
tristeza inunda un malestar ante la dejación de algunos gobiernos a quienes se
le endilga la responsabilidad del Coronavirus por la NO previsibilidad de
políticas de salud pública. Hasta ahora si la vida la conservamos queda una
enseñanza: la mitigación de los odios, las dosis de amor, la convivencia en los
espacios de vida, la posibilidad de valernos más allá de los que somos,
autoevaluarnos, luchar y vivir con los principios que hemos defendido, romper
las barreras, bajarle el ADN de las controvertidas diferencias políticas e
ideológicas dándole un tratamiento adecuado dentro de la discusión experta,
humanizar las relaciones, demostrar que tan preciosa es la vida y constatar cómo
lo expresa Carlos Maldonado en su libro “Política+Tiempo = Biopolítica”: “la
alegría de vivir es como esa sabiduría que tienen la gente simple o más
refinada, consistente en un acto de confianza en el mañana, tanto con el presente mismo”.
Los mundos podemos construirlos con partículas
de ideas reformuladas que rompan las fronteras ontológicas y metafísicas; este
espacio denominado de distanciamiento social abre motivaciones para adentrarnos
en las reflexiones complejas de manera que podamos ensayar más allá del
fenómeno ante la desesperación y la estrechez que algunos han querido desatar,
no sabiendo que esta etapa ha posibilitado también alargar la vida y la
esperanza donde nacerá un mundo diferente, ojalá más humanizado y equitativo.
Repensar la crisis en medio de la crisis.
PUBLICADO EN EL DIARIO LA LIBERTAD DE BARRANQUILLA
DOMINGO 22 DE MARZO DE 2020
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