EMPODERAR LOS DERECHOS
La realidad hay que mostrarla con la aspiración
de convertirla en otra realidad más humana que propicie una mejora moral en las
ciudadanías invisibilizadas en sus derechos en la cotidianidad de lo visible.
Adela Cortina en su libro “Aporofobia, el rechazo al pobre… Un desafío para la
democracia”, retoma textualmente al nobel Gabriel García Márquez en “Cien años
de soledad” cuando escribe: “Muchos años después, frente al pelotón de
fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde
remota… El mundo era tan reciente, que muchas cosas carecían de nombre, y para
mencionarlas había que señalarlas con el dedo”; Cortina justifica el nombre a
las cosas para incorporarla al diálogo, la toma de conciencia y la reflexión al
ser de la palabra y la escritura, sin las que esas cosas no son parte nuestra. Aclarando,
¿cómo mencionar las realidades personales y sociales si no tienen un cuerpo
físico?, es imposible señalar con el dedo conceptos como: libertad, democracia,
conciencia, capitalismo, plutocracia, socialismo; estos conceptos tienen sus
nombres, existencia y asumen posición.
Estas historias o patologías sociales como la
xenofobia que implica rechazo a los extranjeros, el racismo o discriminación o
persecución contra otros grupos étnicos, misoginia o aversión a las mujeres o
falta de confianza, no son personales, sino que corresponden a un grupo
determinado que considera que su tendencia, etnia, raza, es superior. A
diferencia de la xenofilia que significa estima o admiración por la cultura,
las tradiciones y las personas de otros países la cual se expresa en la vida
cotidiana. Las preguntas son: ¿A estos grupos se le cierran las puertas o por
el contrario se le abren cuando a su interior hay personajes famosos?, ¿Cuál de
estos grupos molesta o no?, ¿Qué incidencias tienen estos grupos en el P.I.B.?,
¿Cuál es el problema, la discriminación o el ser pobre?, ¿Quién hace uso de la
soflama para levantar el ánimo o confundir: el dinero o la pobreza? Es bueno
precisar que estas patologías sociales o naturales suelen darse más bien por la
condición de pobreza o de aporofobos, donde el pobre, el aporo, el que molesta,
el de la familia que es una vergüenza, como el relegado es el pobre y el
discapacitado.
La aporofobia no es apellidar una palabra y no
inscribirla contra la dignidad humana sino contra la dignidad y el bien ser de
las personas de carne y hueso que sufren el rechazo; máxime cuando los
aporofobos son insumos para los programas políticos y luego son rechazados por
estos; esta es una cruda realidad, es una aversión, dícese del odio,
repugnancia u hostilidad ante el pobre, el sin recursos, el desamparado que se
espanta ante el presunto poderoso farsante o lacra de los seudopoderes. Cabe cuestionar:
¿Dónde residen las fobias, en el que desprecian o el despreciado?; la fuente
del odio y el desprecio es el que odia, no el despreciado.
Que interesante resultaría si en nuestro país
se institucionalizaran los delitos contra el odio que le han servido al partido
de gobierno como discurso para mantenerse en el poder y, a la fecha, sigue
siendo una estrategia para el 2022. A diario se cometen infracciones penales y administrativas
contra las personas o la propiedad por cuestiones de raza, etnia, religión,
edad, discapacidad, orientación o identidad sexual, situación de pobreza y
exclusión social, o cualquier otro factor similar, como las diferencias
ideológicas. El discurso consiste en cualquier forma de expresión cuya
finalidad es propagar, incitar, promover o justificar el odio en sus ámbitos como
las universidades, empresas, en la política, cuando se eliminan posibles
competidores, no demostrando su falta de competencia, sino desacreditándolos a
través del mundo de la rumorología donde detectan con fino olfato quienes son
las víctimas.
El discurso del odio es aporofobo, tiende a
justificar cualquier atropello contra las personas concretas dañándolas física
y moralmente, privándolas de la autoestima, del acceso a la participación
pública o de la vida; estigmatiza y denigra a un colectivo actos que son
perjudiciales para la sociedad aunque sea difícil comprobarlo; citar al
colectivo en el punto de mira del odio, precisamente por qué las leyendas oscuras
pretenden justificar la incitación al desprecio que la sociedad debería hacia
él; quien pronuncia el discurso o comente el delito de odio está
convencido de que existe una desigualdad estructural entre la víctima y él,
cree que se encuentra en una posición de superioridad frente a ella; la
última característica del discurso del odio, lleva aparejado la incitación a la
violencia dada su escasa argumentación.
No es eliminar la aporofobia económica sino exigir y educar a las personas las cuales tienen derechos civiles y políticos. La aporofobia tiene base cerebrales y sociales; por tanto, requiere un mayor grado de consciencia o reputación tal como lo señala Federico Nietzsche: "Nos las arreglamos mejor con nuestra mala consciencia que con nuestra mala reputación”. Repensar la Aporofobia.
MARTES 17 DE NOVIIEMBRE DE 2020
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