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LOS SOBERBIOS Y EL PODER

                                     LOS SOBERBIOS Y EL PODER




Por Hugo Castillo Mesino

La soberbia es un sentimiento de superioridad frente a los demás que provoca un trato distante o despreciativo hacia ellos; un estado de rabia o enfado que muestra una persona de manera exagerada ante una contrariedad. Mientras que el poder, en su acepción general, es tener la capacidad o facultad de hacer determinada cosa por no haber nada que lo impida. Las respuestas que a diario suelen darse por los soberbios están acompañadas de gritos e insultos como producto de incompetencias, con una relativa dosis de narcisismo ideológico al considerarse poseedores de la palabra desconociendo que hacemos parte de un sistema de verdades. Parafraseando a Jordi Graupera, en su producción “La Soberbia”, es más educado y significativo no decir nada, sobre todo, contenerse, no entrar a disputar un territorio liberado, el de la ofensa, cuando este no tiene ningún valor. Este tipo de comportamiento logra enojar y desarrollar posiciones antagonistas en los soberbios al salir en la búsqueda de mecanismos de defensa, haciéndose el tonto, sino más bien el inocente.

Los soberbios suelen caracterizarse por discutir los temas que solo a ellos le interesa. ¿Cómo son los soberbios en el poder al discutir solo su agenda olvidándose del país político? Esta situación propiciaría tener un derecho e intereses individual y se corresponde a una estrategia manifiesta a través de un síntoma patologizado, detectado desde el contexto endógeno y exógeno al no querer escuchar al otro sin desconocer que éste al hablar envolviere fríamente e interviniendo en demasía. Al soberbio le interesa el poder y utiliza un lenguaje argumentativo con expresiones detonantes con fuerza y dominio sobre los demás como si fueran dioses; a veces suelen escuchar con esfuerzo hipócritamente al otro para disimular que están en condiciones de acogerse a nuevos criterios en contravía de su soberbia.

Los soberbios al actuar en radios de actuación tales como la academia, medios de comunicación, organizaciones sociales y políticas, corporaciones públicas y su espacio natural, la Nación, se exhiben manifestando sus aspiraciones a la presidencia de la Republica; es ahí donde se refleja más la soberbia como un vicio de la percepción en la coyuntura actual y en la perspectiva de las elecciones del 2022. La combinación de la vanidad y el orgullo hacen del soberbio un peligro público, dado que por orgullo creen que siempre tienen una salida y, por vanidad, creen y mueren convencidos que esta salida jamás es su rendición. Los soberbios en la política, por lo general, son antiorgánicos en la búsqueda del poder y conciben la unidad de las fuerzas democráticas representativas desde una concepción personal; al igual que su gestión de gobierno, su esencia es autoritaria.

La soberbia de estos candidatos visible y manifiesta se puede convertir en un veneno que afectaría la simpatía ciudadana si estos no logran concebir que el antídoto de la soberbia no solo es la humildad, sino la conquista por un nuevo espacio social donde prime el interés común y no la ceguera mental de los soberbios aspirantes al poder. Se trata de hacer un proceso de realimentación entre la ciudadanía y los gobernantes para garantizar políticas públicas que hagan la vida más rica y más abierta a través de la democracia participativa, donde los soberbios de caracteres fuertes, tibios o blandos comprendan que el mayor defecto y el más peligroso es la soberbia sino logran hacer un esfuerzo real-unitario, terminando por matar las aspiraciones de cambio social.

El soberbio debe aceptar que no es tan fuerte como se lo cree, ni tan listo como se disfraza; dado que una persona puede ser mejor que otra, la diferencia entre el uno y el otro no es lo suficiente para que otro grupo u organizaciones soberanas no puedan vencerlos en la búsqueda del poder. El soberbio ya no es un hombre lobo, planteado por Thomas Hobbes en “Leviatán”, sino quien tiene conciencia.

La soberbia tiene su origen desde Adán y Eva al ser expulsados del Paraíso al considerar que su criterio era mejor que la “ley divina”. No hace falta ser cristiano para darse cuenta del poder y de esa manera entender la vida, ni hay que ser ateo para ver los problemas que derivan de ella; los soberbios que aspiran al poder o, concretamente, ser gobierno están a tiempo de replantearse política y socialmente para ser concebidos por una ciudadanía saturada de imposiciones, vejámenes y comportamientos políticos que atentan con la posibilidad de un crecimiento geométrico de la ciudadanía política y electoral en sus aspiraciones de un cambio social.

Los dirigentes y aspirantes presidenciales soberbios y otros, que los hay en todas partes, deben tener el coraje de hacer una ruptura ante el orgullo, vanidad, prepotencia, arrogancia y, por ende, de la soberbia como sinónimo de “charcutería”, como el mal mayor que afecta el reconocimiento de liderazgos, vía al palacio de Nariño. 

PUBLICADO EN EL DIARIO LA LIBERTAD DE BARRANQUILLA

LUNES 21 DE DICIEMBRE DE 2020
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