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EL AMOR POR LOS LIBROS

                                           EL AMOR POR LOS LIBROS


Por Hugo Castillo Mesino

 

Observar los libros y leer a centenares de autores intitulados en la biblioteca hace parte del compromiso histórico-cultural, desde el mismo momento en que coloqué el primer libro en el estante como embrión; es sentir como conviven los unos con los otros sin conocerse, desnudos, otros con cubiertas, empastados y aprender a diferenciar su encuadernación; en fin, es un paseo donde se aviva, es echarle chispa a la vida, es circular las neuronas en los hemisferios, es el surgir de nuevos mundos, para que surja el amor por los libros, florezca la elocuencia; estos son hijos de la familia a quienes hay que acariciar y amar sus frases, sus apartados y encantarse con cada palabra, nutridas de asombro, a veces de esperanza y otras de nostalgia; es sentir la alegría al subrayar páginas y hacer sus anotaciones,  es controvertir con sus autores y, por qué no, darse la tarea, después de haber navegado por todos sus confines, de sistematizar la lectura, producir ensayos, artículos, hasta convertir el libro en síntesis de los momentos o reflexiones que has tenido en tu vida.

 

Charles Nodier, director en 1.823 de la Biblioteca Arsenal de París, en su obra “El amante de los libros”, destaca la semblanza de un personaje adorable, sin vicios, con defectos, que son originales de quien es brillante o pródigo, gozaba del privilegio de la ocurrencia, cuando no sabía algo lo inventaba y lo que inventaba resultaba mucho más ingenioso, mucho más brillante y mucho más probable que la realidad. Nodier y su bibliomanía consistía en que todo el dinero que ganaba lo invertía en libros; se ufanaba en decir que el dinero invertido lo podía recuperar, “pero haber encontrado un libro como este es imposible conseguirlo”; se convirtió en el oráculo de las reuniones, ahí le mostraban libros, le pedían referencias, era su distracción predilecta; mientras los ilustrados del Instituto no acudían a esas reuniones, porque le tenían envidia, si estas conjeturas guardaban una relación con la realidad, es pura coincidencia.

 

Los tiempos actuales de naturaleza social, demandan realizar reuniones de bibliófilos como un lugar de intercambio, ante las evidentes habladurías trasnochadas; volver a vivir aquellos momentos donde se concurría y se participaba en las tertulias, referenciando autores y argumentos como ríos culturales, haciendo la apuesta en común con temas exquisitos que despertaban el amor por los libros, por la cultura, por la academia; en términos generales, posibilitaban reflexiones válidas ante las problemáticas como encargo social; al parecer se asimilaban las habilidades de Nodier, quien sabia crear la fama de un libro como nadie. ¿Qué quería vender o que se vendiera un libro? Pues lo ensalzaba en un artículo, con lo que decía lo convertía en un ejemplar único; si esos tiempos revivieran, podrían ser el antídoto cultural ante miles de charlatanes amontonados en los espacios políticos y otros de todo pelambre. 

 

Si se considera ser amigo de los libros, el primer puesto en la familia le corresponde al bibliófilo, quien es una persona dotada de cierto ingenio y gusto, que goza de los frutos del talento, la imaginación y el sentimiento, ama al libro como a un amigo, como ama al retrato de un amigo, como un amante ama al retrato de su amada y, al igual que al amante, desea adornar aquello que ama. Los bibliófilos de la historia fueron reyes, emperadores, hicieron parte de la nobleza; mientras el bibliófilo de nuestro tiempo es el erudito, el literato, el artista, el pequeño propietario de recursos modestos o tímida fortuna. El bibliófilo es capaz de constituir colecciones importantes, bienaventurado si puede dejar esas placas a sus hijos, si quiere darlas a su nombre.

 

Ahora lo opuesto al bibliófilo es el bibliofobo representado en grandes banqueros, políticos estadistas y hombres de letra, que también pueden serlo. Como en Voltaire, está todo, el bibliofobo no tendría mayor escrúpulo al igual que el califa Omar en incendiar la biblioteca de Alejandría con 490.000 libros; de tal manera que el bibliofobo al recibir el homenaje de un libro, lo vende, vuelve a decir que no lo lee y jamás lo paga. Hay bibliofobos que no pueden ocultar su antipatía por los libros; siendo lo más delicioso del mundo, después de las mujeres, las flores, las mariposas y los títeres. Lo que distingue al bibliófilo es el gusto, ese tacto sagaz y delicado que afecta todo y brinda un encanto indecible a la vida.

 

El docto y honesto Urbain Chevreau se autodescribe diciendo: “No me aburro en mi soledad, donde poseo una biblioteca suficientemente nutrida para un eremita y admirable por lo que a la selección de libros se refiere. Cuenta en términos generales, con todos los autores griegos y latinos sea cual fuere de su profesión: oradores, poetas, sofistas, retóricos, filósofos, historiadores, geógrafos, cronólogos, teólogos o concilios…”. Repensar el amor por los libros.


PUBLICADO EN EL DIARIO LA LIBERTAD DE BARRANQUILLA

LUNES 12 DE JULIO DE 2021
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