LOS PUNTOS SOBRE LAS IES
Concitar a hacer un análisis político sobre la coyuntura electoral y las posibilidades y potencialidades del progresismo en ella, requiere dimensionar todas y cada una de las variables que se expresan e inciden para la toma de decisiones en el ejercicio protagónico que se pretende, con una mirada sin miedos y sin temblores sobre la dinámica interna del movimiento, destacando los roles desempeñados por sus actores.
Para nadie es un secreto que el ambiente político y electoral en nuestro país está caldeado por los insucesos acaecidos en las últimas semanas, los cuales han llevado a una polarización antagónica entre las diferentes vertientes ideopolíticas y de intereses de poder, buscando cada sector la mayor rentabilidad política, mediática y sicológica sobre las masas inermes de ciudadanos, las que son asaltadas en su buena fe, rayana con la ingenuidad, en la cual, al parecer, la extrema derecha y sus aliados vienen sacando mayor provecho histórico frente a un progresismo con síndrome “conciliador” que solo actúa reactivamente ante esa ofensiva.
Las patologías no son identificadas únicamente como propias de la medicina, sino que en la política también son observables con características muy definidas y asimilables a los ambientes y contradicciones que subyacen en el marco de las diferencias interpartidistas, expresadas en odios, egos, banalidades, vanidades, injurias, calumnias, que terminan en envilecer el quehacer político, llegando, incluso, a ocasionar envenenamientos y muertes; y, por qué no, golpes “blandos” a la institucionalidad deformando perversamente la construcción democrática de la sociedad, como en los acontecimientos en curso. Ahora, el quid de la cuestión es preguntarnos si estas patologías, que hoy ensombrecen el panorama político-social, son solo responsables de la derecha. La respuesta flota en el viento…
Aquí interesa, entonces, revisar ciertas manifestaciones patológicas del «progresismo» que pueden afectar grandemente tanto la unidad interior como la posibilidad de ganar el respaldo popular en las próximas elecciones para dar continuidad al proceso de cambio transicional.
En el lenguaje militante se plantea que el progresismo y las izquierdas suelen plantear estructuras orgánicas con posibilidad de crecimiento y desarrollo armónico y participativo desde las bases; pero, al final, en la práctica, se crean fisuras matizadas y grupistas, desconociendo su identidad de origen político, producto del anquilosamiento en sus órganos directivos de personajes osificados que burocráticamente bloquean el acceso a la renovación generacional política, contrario a «la esperanza» que propicia lo nuevo, lo distinto y lo actualizado como gestora de cambio interno y externo. Frente a este anquilosamiento burocrático sería trascendental preguntarse: ¿Qué tan cierto es que la simbología y el lenguaje utilizado por las izquierdas y el progresismo contribuyen o no a capitalizar a jóvenes militantes?
Es innegable que desde el inicio del gobierno de Gustavo Petro en la cotidianidad política de la visión del «progresismo» que soporta ideológicamente su gestión, se ha instituido una especie de “culto a la personalidad” o endiosamiento a todo el decir y hacer del presidente, como si fuera infalible, como si estuviera excepto de cometer errores o desaciertos propios de la gestión, y no fuera sujeto de evaluación crítica y autocrítica. Lo que ha traído en consecuencia, como si el presidente fuera una ficha suelta del engranaje orgánico partidario, como si estuviera solo actuando bajo la autodeterminación de sus decisiones; mientras la denominada dirigencia política-burocrática del progresismo permanece a la espera de las intervenciones presidenciales en sus avatares, convertida en comité de aplausos, sin autonomía manifiesta de sentar posiciones orgánicas como movimiento sobre el acontecer político meridiano del país. ¿La denominada dirigencia política- burocrática del progresismo improvisa o es producto de falta de madurez conceptual teórica y práctica?
No podemos perder de vista que los acontecimientos, algunos fatales y otros perversos, que están en desarrollo en el país, hacen YA parte de la dinámica electoral en miras al 2026. La ultraderecha y sus aliados han convertido la fatalidad en un slogan de campaña presidencial, en la cual el progresismo, en sus aspiraciones, está en deuda de agilizar sus definiciones electorales de manera puntual y oportuna dada la reducción del tiempo previsto. Al parecer los formalismos se están comiendo lo esencial: candidato(a) y programa.
No más carga ladrillos…
Comunicador Social y Periodista (*)
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